La señora cumple años


Lo que no me gusta de cumplir años es su naturaleza, parecen relámpagos. Pasan tan rápido que es difícil compartimentar recuerdos, por lo demás claro que sí que me gusta cumplirlos, eso significa que estamos aquí, en la vida, otra cosa es cómo y con quién celebrarlo. Sin duda es buena señal que los años vayan cayendo, aunque me dé vértigo hacer balance después de que la velocidad de crucero me haya situado en el ecuador de la esperanza de vida. Tampoco quiero que se convierta en una obligación, quizás tenga que ver más con la nostalgia o con la retahíla de "vive el presente" o con que una ya está de vuelta de todo.

La lectura del capítulo La embriaguez de las cumbres. Desmontar la imagen de la "vieja arpía", del libro 'Brujas', de Mona Chollet, justo a pocos días de cumplir años me ha llevado a una reflexión sobre cómo transitamos las mujeres. El texto contenía frases que podría haber escrito en papeles independientes para compartirlos con otras mujeres, como misivas pedagógicas para poner en práctica una sororidad en red. Y me he acordado de la campaña de la artista visual Yolanda Domínguez para el Ayuntamiento de Soria: "Perdona, call me señora", donde reconocidas ilustradoras como Flavita Banana, Silvia Goetz, María Herreros, Ana Cubas y María Hesse reflejaban en sus obras diferentes definiciones de la palabra "señora", con el fin de resignificar ese término, de arrebatárselo al machismo para dotarle de un contenido positivo y poderoso. 

El paso de los años tiene mucho que ver con las connotaciones inherentes a la palabra "señora". Me gusta mucho el artículo de la escritora Valeria Colín, 'Ser señora', donde realiza un análisis a partir de su experiencia personal, reivindicando "resignificar la madurez femenina". "Descubrí que al sistema patriarcal y androcéntrico le venía pésimo que las mujeres conectáramos de forma placentera con nuestra madurez y nos reconociéramos gobernantes de nuestra propia vida", escribe la autora. Y también comenta las contradicciones a las que nos enfrentamos la gran mayoría, aunque nos duela reconocerlo, como el hecho de ver los cuerpos jóvenes y tersos de otras mujeres, mientras los nuestros se van transformando, como es natural, con el paso de los años. 

Y es precisamente esto, la angustiosa comparativa entre nosotras tratando de llegar a un ideal que ha diseñado el sistema para convertirnos en objetos de deseo, la que nos lleva a demonizar la madurez y los signos que la representan, como los derivados de la menopausia. Mujeres, nos quieren inmaduras y entretenidas en "guerras internas" y en la búsqueda de una eterna juventud que no existe. Como dice Chollet, "una forma de reducir a las mujeres a su utilidad procreadora y de estigmatizar a las menopáusicas".

Pues bien, seamos señoras, despojémonos de la mirada despiadada del sistema, de la infantilización, de su ferocidad, de la insatisfacción constante. No somos señoritas, ni chiquitas, ni niñas, ni bonitas, ni guapitas, ni cariños. Las mujeres somos señoras porque, como dice Colín en su texto, "el ser señora significa ser dueña de una misma, dejar de estar supeditada a los dictados sociales, las modas y las expectativas de género".

La vida de las mujeres está expuesta en un ring de boxeo contra el paso del tiempo. Cada día es una pelea, y nos desgastamos, nos desesperamos, nos frustramos, porque el contrario es invencible, pero seguimos empeñadas en luchar contra un reloj que corre en llamas, llevándose a su paso nuestra libertad. Aspiramos a una juventud inventada y hasta nos creemos que podemos alcanzarla. Mientras danzamos intentándolo, el sistema sonríe satisfecho: nuestro sufrimiento garantiza su éxito. El neoliberalismo ha creado un fantasma que nos anuda a un fango de necesidades y que nos hunde en una realidad ficticia, capitalista y cruel, cuestionando nuestra imagen, nuestros cuerpos, nuestros hábitos y hasta nuestra manera de vivir.   

El sistema, que se ha creado un chiringuito a nuestra costa, nos echa en cara los cumpleaños y no deja de reprocharnos las canas, las arrugas, la menopausia, la flacidez, el deseo de no ser madres, el gusto por la soledad, el placer y el autocuidado; el mismo que nos llama "señora" de manera despectiva para afearnos, ridiculizarnos y enviarnos directamente al club de las "viejas" porque en realidad teme nuestra sabiduría, independencia y seguridad. 

Pues nada, que aquí hay una señora cumpliendo años, sobrellevando las contradicciones y las presiones de un sistema neoliberal despiadado; descubriendo los cambios físicos y emocionales de la madurez. La señora que cumple años ha aprendido a decir más veces "no" y más veces "sí", sin sentirse culpable y sin remordimientos, a clavar banderas rojas, a despojarse de capas, a no hacer pedagogía con ignorantes ilustrados. 

La señora que cumple años da prioridad al autocuidado y prefiere acumular momentos felices con las personas que más quiere antes que coleccionar lugares bonitos, desea paz para vivir y salud para seguir disfrutando. La señora que cumple años no busca caer bien, ni agradar olvidándose de sus propios sentimientos, lo que quiere es encontrar espacios seguros para dar rienda suelta a la vulnerabilidad. La señora que cumple años se rodea de amigas señoras que sueñan en alto, que comparten proyectos, experiencias y sabiduría, que ni juzgan ni se juzgan y que han construido una red maravillosa de señoras para reivindicarse.


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