Algunos hombres buenos


Os presento a mi abuelo, con 97 años, toda una vida o más de una, porque ha pasado por tantas etapas que parece que haya vivido varias. Pienso en él y en los hombres buenos que me rodean, que son muchos. Pero mi abuelo es el primero de la lista.

La madre de mi abuelo murió cuando él tenía 3 años y aquello le marcó de por vida. El otro día nos decía: "Ay, si me viera mi madre ahora", os podéis imaginar lo difícil que fue contener las lágrimas. Siempre habla maravillas de ella, sin apenas conocerla tiene muy presente el momento de su muerte, es como si su alma le hubiera acompañado y protegido desde aquel día. Siempre se le humedecen los ojos cuando la nombra.

Mi abuelo es un resiliente. La muerte, la enfermedad, la pobreza, la pérdida, la emigración a Madrid en busca de una vida mejor y el trabajo a destajo en la fábrica son las refriegas de su vida.

Ha estado casado con mi abuela casi 70 años, hasta que murió en 2016, desgastada por la vida, en un suspiro, qué difícil fue despedirnos de ella y ver a mi abuelo solo, después de tantos años agarraditos de la mano. Se había marchado su cómplice, su compañera de vida, la madre de sus hijos, la mujer que defendió ante el mundo, en aquellos tiempos de represión, miedo y mucha culpabilidad, principalmente para las mujeres.

Mi abuelo no era el hombre tipo, el que la sociedad esperaba que fuera, era otro, el diferente, el hombre que jamás insultó, ni humilló, ni levantó la mano a una mujer, el que jamás dio un azote a su hijo e hijas, el que jugaba a la gallinita ciega cuando volvía del campo. ¿Os acordáis de la película La vida es bella? Mi abuelo era como Guido, mostrando a su hijo desde la fantasía los horrores de la guerra. Hacía la vida bella, aunque fuera cruel y despiadada. Y así hasta ahora.

Las mujeres le han querido y él ha querido a las mujeres. "A las mujeres hay que respetarlas", nos decía, y nos contaba cómo las acompañaba cuando tenían miedo por las calles de Madrid a la salida del trabajo, o las cedía el asiento en el metro (pensad en el contexto). "Jamás me he sobrepasado con ninguna mujer", decía. Las protegía de otros hombres, de los "no buenos", en una sociedad estrangulada por una dictadura que normalizaba la violencia machista, cuando aún no tenía ni nombre, porque el patriarcado venía patrocinado por el régimen.

Todavía me acuerdo de la primera vez que fui con mi pareja a su casa de Madrid, y le pregunté que si veía bien que durmiéramos juntos, que se lo preguntaba porque era su casa y que le respetaba. "Pues claro", me contestó riéndose. Jamás vio mal que no estuviera casada, ni que no tuviera hijos, jamás me reprochó nada, ni me hizo preguntas al respecto, ni me juzgó. Lo que más le ha preocupado han sido nuestros estudios y el trabajo, y a veces se acuerda de mi gata Frida (que un día jugando le arañó la mano).

Cuando vivíamos en su casa, le encantaba vernos estudiar y amontonar libros y apuntes. En el pueblo, de pequeño, organizaban pequeñas representaciones teatrales con poesías que hasta hace poco recitaba de memoria. La Guerra y después la dictadura franquista lo aniquiló todo. La pelota a mano era otra de sus grandes aficiones, ¡anda que no he ido veces con él a ver partidos!

En la residencia, las trabajadoras que le cuidan son muy cariñosas con él, y él siempre se muestra agradecido. "Es un hombre muy educado", nos dicen. Pasa los días desde la aceptación, la calma y el agradecimiento. A veces viaja por un limbo, propio de su edad, tanto físico como mental, pero no ha perdido el brillo de sus ojos, tan hermosos, ni ese punto coqueto y carismático.

Mi abuelo abrazó el feminismo desde el principio y quizás muera sin saberlo. Un aliado. Quizás no haya escuchado nunca esa palabra, pero mi abuelo siempre ha entendido que los hombres no son superiores a las mujeres, ha admirado a las mujeres valientes, charlando con otras abuelas, aquellas que le han contado historias de lucha y superación (que han sido muchas), se ha sentido orgulloso de sus hijas, como dice él, tan trabajadoras, y de sus nietas que llegaron a la universidad.

Hizo oídos sordos a los que le tachaban de "calzonazos", una de las palabras favoritas del machismo, por romper estereotipos, por ser tolerante, por mantener una relación basada en el respeto con su mujer e hijas, por la falta de puños, porque vivía alejado del enfrentamiento, de la soberbía y de la prepotencia de los "súper hombres", de la fachada machuna y del "por mis cojones".

Mi abuelo es un superviviente, siempre fue libre, a pesar de las dificultades, y nos está dejando lecciones inspiradoras, como aceptar la realidad para seguir viviendo y transformando.

(*) Foto de Omar Benbouazza Villa

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