Casilda, somos las herederas de tu alma violeta



Casilda es menuda, tiene el pelo corto y blanco, y habla mucho y muy rápido. Su compañero de vida jamás frena su verborrea, deja que suelte palabras, palabras y más palabras, y aunque su locuacidad es exagerada, da igual, ella es así. A mí me parece que hacen un pareja estupenda, muy de verdad.

Algunos pensarán (y piensan) que Casilda tiene mucho genio, que vaya carácter, que es un vendaval, que pobre del marido y bla, bla, bla, ya conocéis las mil y una paparruchas machistas. Aunque teniendo en cuenta que son casi nonagenarios, la experiencia de vida de esta mujer y su relación de pareja, basada siempre en el respeto, es para mí todo un ejemplo y una batalla ganada contra el patriarcado.

Casilda siempre ha sido una mujer enérgica, honesta y vital, de esas personas que dan buena vibra, que cuando se cruzan en el camino es para allanarlo. Ni prejuicios, ni ‘segundas’. La palabra hipocresía nunca entró a formar parte del vocabulario de una mujer que perdió desde el principio el respeto a las situaciones tóxicas. 

"Mira, pasa", me dice una tarde, "te voy a enseñar el disfraz para Carnavales…". Entro en la habitación de dos camitas y doy un respingo. Era un muñeco enorme con velcro en pies y manos, vestido de galán encima de la alcoba, un hombre de espuma, trajeado y con mirada perdida, dispuesto a ser la pareja de baile de una mujer entrada en años el martes de Carnaval. "No te asustes, no te asustes", intentaba tranquilizarme con una sonrisa, orgullosa de su ligue de mentirijillas. "Como a Dani (su marido) no le va esto del baile, pues mira…".

Con mucho mimo levanta al elegante bailarín y lo exhibe con gracia, con salero. "¡Una pareja de baile!", dice, encantada de tener, aunque sea de postizo, un compañero de salsa, pasodoble o chachachá.

Por sus venas corre el espectáculo, la comedia, el teatro. Y empieza a sacar fotos. Pasa las hojas del álbum con satisfacción. Aparecen mil disfraces distintos que han costado muchas horas de imaginación y pespuntes. Los colorines son la bandera de Casilda. Y más tratándose de fiesta. Dani sonríe. Le brillan los ojos cuando la mira, cuánta complicidad.

Abre la puerta de un armario y aparecen botellas de todos los colores y formas: frascos de perfume, botellines de cerveza y botellas con relieves inimaginables. Aceptar una invitación significa hacer un recorrido por sus manualidades, colecciones y recuerdos.

Optimista por naturaleza, Casilda parece haber nacido en otra época. Le encanta celebrarlo todo, ser positiva hasta la extenuación y coser telas, muchas telas, que transforma en trajes de verdad o de mentira. Si es de verdad los utiliza para salir a la calle, si es de mentira los convierte en disfraces o en atuendos para contar historias. Es así como a partir de piedras que encuentra en el campo va hilando cuentos, convirtiendo a los cantitos en personajes. La imaginación les hace un hueco y les acepta como seres humanos, con rarezas, necesidades, enfados, alegrías y esperanzas. Una piedra puede llamarse José, otra más redondita Amapola y de ahí surgir una tierna historia de amor que da como resultado un guijarro enano.

Jamás se me olvidarán las primeras vacaciones que pasé con mi pareja en Torrevieja, hicimos el viaje en autobús, éramos muy jóvenes y Casilda nos dejó las llaves de su apartamento, sin preguntas, sin juzgarnos, sin condiciones.

Su mente ya no es tan ágil y privilegiada, pero todavía, a pesar de los años y la enfermedad conserva el buen humor y las ganas de vivir. No sé cuánto tiempo la vida les mantendrá unidos. Quiero pensar que Daniel y Casilda son una pareja inmortal. De su historia de vida siempre me quedarán sus gestos feministas y su felicidad perenne, creo que eso es inmortal.

(*) La foto es del álbum de Casilda.

Comentarios

  1. Qué bonito, tus palabras trasmiten mucho cariño y describen muy bien a Casilda. Me ha encantado leerlo, ¡muchas gracias!

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