“Llévatelos a tu casa”, dicen los xenófobos. Pues mira, sí, una mujer boliviana estuvo trabajando en nuestra casa durante casi un año, mientras se moría mi padre. Huía de la pobreza, luchaba por abrirse camino y encontró en nuestra casa, trabajando como interna, una grieta de luz.
Mi madre tuvo que dejar de trabajar como empleada de hogar para cuidar de mi padre. Mi madre nunca tuvo un contrato, ni derechos, ni seguridad social, ni garantías, solo contaba con la buena voluntad de sus empleadores, señores y señoras de la casa. Sin embargo, nunca imaginamos que nosotras nos convertiríamos en las empleadoras de Eli.
Fue más que una relación laboral. Nuestra casa se convirtió en un fuerte de mujeres vulnerables: Eli, mi madre, mi hermana y yo, cuidando de nuestro padre.
No, no fue como la película Roma, de Alfonso Cuarón, donde Cloe, la trabajadora interna en la casa de una familia adinerada de México, vivía atropellada por el clasismo, la discriminación y la pobreza. Sin embargo, después de ver esta película rebobiné y me planté en ese momento de crisis que vivimos mi madre, mi hermana y yo para pensar en Eli y en su situación. Creo que después de los años y solo a través de las gafas violetas he conseguido empatizar con ella. El largometraje de Cuarón me lo puso de frente.
Es cierto que Eli era una de las nuestras, una más de la manada y la única que veía con otra perspectiva el viaje macabro que el destino tenía preparado para nosotras. Nos ayudó a resistir, a sobrevivir al miedo, a la culpa, a la tortura del día a día, a la decadencia del cuerpo, a encontrar en lo espiritual la única salida, porque no había salida. Sin embargo, es ahora cuando he tomado consciencia de la precariedad laboral y social que sufren las mujeres migradas.
Eli vino a nuestra casa después de contactar con una ONG, necesitábamos ayuda y los técnicos responsables del programa de empleo realizaron la mediación y el seguimiento durante el tiempo que Eli trabajó de interna en nuestra casa. Las condiciones no eran las mejores, lo sé. Eli estaba en situación irregular, sin familia y sin ingresos. Se firmó un contrato con la organización y aún así, qué vida más perra para estas mujeres en tierra de nadie, que como bien dice Carmen Juares en Píkara Magazine -porque lo vivió en primera persona- "la falta de oportunidades a la que nos lleva a muchas personas una ley de extranjería injusta y racista me forzó a trabajar como cuidadora interna. Era la única oportunidad laboral que se me ofrecía si quería mantenerme y enviar una pequeña ayuda a la familia que dejé en mi país. Fueron seis años de encierro, duros y de enorme soledad".
Roma nos recordó que no hace falta irse a Latinoamérica para ver las situaciones de explotación, machismo y discriminación que sufren las mujeres migradas, sí, también aquí en España, y sí, en la actualidad, no hay que remontarse a ningún boom.
Echad un vistazo a vuestro alrededor. ¿Quiénes cuidan de vuestros / nuestros mayores? ¿De vuestros / nuestros hijos e hijas? ¿Cuántas mujeres trabajan en condiciones deplorables? ¿Con horarios interminables, sueldos miserables y desaires? ¿Cuántas de ellas son mujeres migradas? Como si tuvieran que aguantarlo todo, y cuando digo todo, es todo: en ocasiones abusos sexuales, explotación laboral, desprecios y agresiones. El sindicato LAB define estas condiciones laborales de neo-esclavitud, "auspiciadas por un sistema capitalista patriarcal". Así lo denuncia en eldiario.es: "La sociedad ve con total normalidad el hecho de tener una mujer para que realice las tareas del hogar o cuide de nuestros hijos o personas mayores, pero no somos capaces de ver las condiciones laborales a las que sometemos a esas mujeres, o preferimos hacer como que no las vemos, para no remover en exceso nuestras conciencias". Cuánto cinismo.
Y no, no hay sororidad por un abrazo puntual entre mujeres en una playa tras un momento crítico, como ocurrió en Roma, con llantos y lamentos compartidos. No hay sororidad aunque digan "eres una más de la familia". La sororidad es otra cosa: es respeto, empatía, dignidad y no mirar por encima del hombro. Y en la película Roma, y en España, y en otras partes del mundo, el egocentrismo clasista y machista nos retrata.
Y no, no miréis al mar, ya están en vuestras casas. Así que xenófobos, que no queréis ver, que os tapáis los ojos para no ser testigos de cómo vuestra conciencia os vomita en la cara, os daba yo bocados de humanidad, a ver si os atragantáis.
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