Mujeres gitanas, una mirada hacia el feminismo plural


Cuando Lara Kanta me dijo que tenía un libro para mí de relatos de mujeres gitanas mi cerebro comenzó a proyectar diapositivas de golpe. Inmediatamente recordé con nostalgia las veces que había compartido con Lara las imágenes de aquellas diapositivas con los chicos y las chicas gitanas, con sus familias. Fueron ratos bonitos, pero insuficientes, me faltó tiempo para escuchar y comprender. Se abrió un paréntesis de circunstancias que me alejó del pueblo gitano, y hoy me doy cuenta de que apenas les conozco y eso me frustra.

Cuando tuve el libro entre mis manos esas vivencias volvieron de repente, algo en mí se removió y pensé en lo rápido que pasa el tiempo y en lo mucho que me quedó por aprender. La publicación de 'La lucha por un futuro mejor. Relatos de mujeres gitanas ribereñas', coincidiendo con el 8 de marzo, donde 60 mujeres gitanas de Aranda de Duero y Roa construyen una historia de vidas, todas ellas diferentes, pero con un mismo hilo conductor, el antigitanismo como monstruo a combatir, es un golpe letal al silencio y una mirada hacia un "feminismo plural": "Me doy cuenta que somos mujeres, muchas mujeres, todas diferentes, pero con una misma lucha".

Cada reflexión y vivencia de este libro es una reivindicación, una ruptura con el relato escrito por otros, es un manual que cuenta en primera persona su historia, la de las mujeres gitanas de Aranda y La Ribera. Leyendo sus relatos es como si estuviera escuchándolas y hasta viéndolas. Algunas mujeres cuentan que se sienten más discriminadas por ser gitanas que por ser mujeres y que los rasgos físicos son una desventaja a la hora de encontrar trabajo: "Lo achaca a que cuando la ven, la rechazan, quizás porque es la que tiene los rasgos más marcados, "la más gitana" de aspecto, y eso está yendo en su contra". Nos hablan de estereotipos, de machismo, de patriarcado, de los medios de comunicación, de miedos, de sororidad, de la familia, de los estudios, del trabajo, de las creencias, de cultura, de libertad, de sueños, de amistad, de igualdad de oportunidades, de derechos, de racismo, de identidad, de discriminación.

Es una obra coral que pone de manifiesto la incomprensión y la obsesión de esta sociedad por esconder la cultura gitana, borrarla, ignorarla, mimetizarla. "Es que no se integran", decimos en forma de cantinela (que suena a excusa). Lo que pasa es que no queremos escucharlas, en realidad nunca hemos querido, no nos ha interesado ni lo más mínimo, porque como dice la feminista gitana Silvia Agüero, "quieren incluirnos, integrarmos, quitarnos nuestra gitanidad y hacernos payos y payas porque les molestan nuestros modelos organizativos". Es como si tuvieran que pedir perdón: "Mira, es que soy gitana".

"Que siempre hemos tenido que estar calladitas por pertenecer al pueblo gitano. Y, sin embargo, podemos hacer este libro, e igual que este libro las mujeres gitanas podemos conseguir lo que nos propongamos", cuenta una de las protagonistas del libro.

He subrayado algunas frases del libro, necesitaba marcar los testimonios y redoblar su fuerza. Con algunos párrafos me he emocionado, con otros he sentido rabia, impotencia y hasta culpabilidad. He descubierto a grandes referentes de mujeres gitanas, a mujeres valientes, luchadoras, resilientes, con una vida interior inmensa, me he descubierto a mí misma derribando muros latentes. Este libro me ha llevado a leer otros textos que a su vez han derribado más muros. El artículo ¡Integrá te veas! de Silvia Agüero, cuya lectura os recomiendo encarecidamente, me pareció un trallazo que hace volar por los aires todos los estereotipos, analizando y criticando las políticas de integración del pueblo gitano entre 1499 y 2018.

Las mujeres de este libro hablan de la doble discriminación, de la presión, de sentirse juzgadas, de la estigmatización, de la infravaloración: "Yo he tenido que hacer frente durante toda mi formación al sentimiento de no pertenencia, a las bajas expectativas que ha proyectado el profesorado sobre mí por ser gitana, a la orientación educativa inadecuada basada únicamente en los prejuicios y al discurso racista normalizado, tanto por parte de alumnos como de profesores incluso en la universidad. Por otro lado, el machismo que he vivido ha sido el mismo que vive una mujer paya. Sin embargo, creo que no queda claro que los gitanos somos un pueblo con un origen y una historia común, y no una parte de la sociedad a la que se puede recurrir para achacar todos los males sociales, la cabeza de turco perfecta, sin voz ni voto para nadie", explica Janire Lizárraga.

Me quedo con uno de los últimos párrafos del testimonio de esta mujer que invita a la reflexión y a la autocrítica feminista. Qué importante es revisarnos y tomar perspectiva: "En el caso de unir feminismo y comunidad gitana, se habla desde el total desconocimiento y nula empatía. Las mujeres pasamos a ser personas subdesarrolladas, sumisas y analfabetas, que para ser feministas, tenemos que vivir un proceso de aculturación (dejar de ser gitanas) y aspirar al ideal de mujer que determina la sociedad mayoritaria. Y en el caso de los hombres se convierten en una especie de salvajes, "los más machistas de los machistas". Es como ese "y tú más" que utilizan los niños pequeños, "si la sociedad paya es machista, la gitana más". Lo grave de esta situación es que las mismas mujeres que se consideran feministas, que como colectivo en desventaja lucha por la igualdad, actúan de la misma manera que ellas denuncian: juzgando, observándonos desde el paternalismo, ignorando nuestra voz, minimizando el racismo que sufrimos e incluso, sacando provecho de la exclusión en la que nos encontramos".

Finalicé la lectura con la convicción de haber leído la historia de las mujeres gitanas de Aranda y la comarca contada por ellas mismas, sin filtros, con todos los matices, con honestidad y transparencia. Lara Kanta, qué tesoro me llevo.

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