Las mujeres que paseaban perros


Mi amiga Mar y yo somos las mujeres que paseamos perros, lo hacemos todos los miércoles por la tarde, cuando no llueve o la protectora está disponible para atender a las personas voluntarias que acudimos a acompañar a los perros en su paseo.

Se ha convertido en un ritual, nuestro encuentro fijo, una simbiosis que nos ayuda a conocernos mejor. Durante casi dos horas charlamos, trotamos, hablamos con los perros, establecemos un vínculo muy especial con los animales y con nosotras mismas. Los perros nos pasean a nosotras, nos llevan a la orilla del río, escuchan nuestras conversaciones cómplices, se detienen en los pequeños detalles del camino, nos acompañan, nos lamen y nos hacen felices.

Mi amiga y yo fantaseamos con la idea de tener perro, de vivir cerca la una de la otra para compartir sus cuidados y calculamos cuántos perros podríamos tener en una casa con patio de tantos o cuantos metros.

A veces coincidimos con una mujer que pasea a su perra, proveniente de la protectora. Ahora solo va de visita, saluda a sus iguales y retoma con su humana el camino hacia el río, feliz, tranquila, con la certeza de que después del paseo volverá a su hogar. Ella es una de las rescatadas con casa propia. La mujer nos cuenta rasgos del carácter de la perra, su compañera. Se entienden en silencio, es que es una perra muy tímida. Habría que escarbar en su pasado para comprender esa actitud huidiza.

El otro día nos encontramos con otras mujeres que también pasean perros, sus perros, cuyas vidas van ligadas a sus vidas, una maraña de experiencias vitales muy prieta. A estas mujeres y sus perros se les unen otras amigas, y juntas suben a la sierra o caminan por la orilla del río, conversando, encontrándose con otras conocidas, como nosotras, y disfrutando de las ocurrencias de los perros o de las humanas. Sé de otras mujeres que cuando han padecido una enfermedad sus perras también han decaído, esforzándose en protegerlas y acompañarlas en el proceso, empeñadas en mantener a flote su manada.

Mi amiga tuvo que despedirse de su perro, el perro familiar, el de su hermana y un poco el de todos, hace algo más de un año. Murió rodeado de amor, ya anciano, fruto de una enfermedad terminal y se llevó de camino hacia el arco iris una vida plena y feliz. Siempre procuró que su familia estuviera a salvo. Lo consiguió. Los animales diseñan un sistema familiar distinto donde las energías se equilibran. Mi amiga y su hermana son confidentes, pero los perros aumentan la conexión, es un motivo más para ir y venir, para quedar y compartir ratos buenos. La hermana de mi amiga, huérfana de perro, "acoge" a los de su amigo de vez en cuando y colabora con la protectora, la misma que mi amiga.

Los primeros días iba a la protectora en vaqueros y zapatillas relucientes. Inmediatamente comprendí que para abrazar a perros no era el mejor atuendo. Cuando conocí a Teo, Coco o Elvis me di cuenta de que teníamos algunas cosas en común, así que me planté la ropa deportiva, necesitaban correr igual que lo necesito yo, sentir la libertad, aunque sea a mi lado, a su lado. Nunca antes había experimentado esa sensación, trotar con un perro, me pareció un momento íntimo, de conexión total. Le dije a mi amiga que éste era uno de mis sueños (solo cada miércoles se hace realidad).

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