El duelo no tiene manual de instrucciones


Un hilo en twitter narrando una historia cotidiana acerca del duelo tras el fallecimiento de un ser querido me hizo reflexionar sobre el duelo tras la muerte de nuestro padre.

Mi madre ha ido retirando la ropa de mi padre en fases, pero tardó algunos años en deshacerse de la primera prenda. Llevó luto varios meses, incluso antes de morir ya había dejado preparada la ropa negra sobre la cama.

Después de enterrar a mi padre, mi madre, mi hermana, mi tía y yo nos quedamos solas en el salón de nuestra casa y un rayo nos atravesó. Mi madre abrió una caja de cartón con todas las cartas que mi padre le había enviado siendo novios, un acto que nos costó el desplome, fue demasiado arriesgado para la primera noche de duelo.

Lo peor del duelo es que no viene con manual de instrucciones, aunque haya gente empeñada en (creer) conocerlo. Mi hermana, mi tía y yo volvimos a nuestras ciudades, donde vivimos y trabajamos, y mi madre se quedó sola entre cuatro paredes, muchas heridas internas, recuerdos (que en soledad pesan toneladas) y un vacío enorme. Había que aprender a vivir de otra manera, pero ¿cómo se hace? 

"Tienes que distraerte", "Apúntate a algo", "Sal de casa", "Tienes que retirar la ropa de tu marido cuanto antes, es lo mejor", "Quítate el negro" y un sinfín de "tienes que" para intentar poner el ancla al dolor de mi madre que lo único que conseguían era envolverla más en su ovillo.

Se sentía muy culpable, como si pudiera haber evitado lo inevitable, cuestionándose cada coma de su vida, de sus actos. Rebobinaba, analizaba cada plano del pasado como si se tratase de una película y volvía a derrumbarse pensando en sus presuntos errores.

El duelo es personal e intransferible, no hay dos iguales. Es un proceso lleno de matices, un viaje interno serpenteante que puede cambiarte la vida, como me pasó a mí, y creo que a las mujeres que lo vivieron conmigo. Ya no somos las mismas. El duelo te saca las vísceras, las introduce en una coctelera y las coloca de nuevo en el cuerpo, pero ya nada vuelve a ser como antes. No sabes cuándo comienza, puede que el inicio se encuentre incluso antes de la despedida, es difícil calcularlo.

El duelo es un nudo en una cuerda que necesita tiempo para deshacerse, a veces es un nudo muy fuerte, más difícil de soltar y otras, es más sencillo, en cualquier caso, la cuerda se moldea dependiendo de la fuerza del nudo y del tiempo que haya estado presionando. Un día me encontré con otra mujer que había perdido a su padre y me dijo: "Tiempo". Esa fue su única palabra. Ni recomendaciones, ni instrucciones, ni consejos, ni juicios, solo dijo esta palabra: "Tiempo".

Mi madre necesitaba tiempo, tiempo para aprender a vivir de otra manera, después de haber convivido felizmente con mi padre durante más de 30 años, tiempo para pensar sola, para decidir sola, para reconocerse, para organizarse el día, para cambiar de colores, para curar las heridas internas, para reconstruirse, para quererse, para limpiar los armarios, para abrir las ventanas, para recuperar la calle, para explorar aficiones, para conocer otros entornos, para sorprenderse, para retomar sueños, para descubrir la sororidad, para crecer emocionalmente, para hacerse a sí misma. Mi hermana y yo dejamos en manos del tiempo su duelo y el nuestro. Aunque a veces se hacía complicado creer en el tiempo, de fe andábamos escasas, la verdad, y éramos escépticas a la reconstrucción emocional después de un dolor tan fuerte.

Otra cosa que jamás hay que reprimir durante el duelo es el llanto. Llorar ayuda a deshacer nudos. Nunca te sientas mal por llorar, ni culpable, ni idiota, ni débil. Llora. Llora todo lo que quieras.

"Después del tiempo, el dolor se lleva de otra forma", contesta mi madre cuando le preguntan por cómo lo lleva. Muchas veces nos confiesa que las cosas ya no le afectan como antes, casi no se enfada y vive aferrada al presente, es como si su fuerte carácter se hubiera mudado a otro cuerpo.

Mi madre ha deshecho el nudo, el nuestro no sé si se ha terminado de desatar, muchas veces es ella la que nos recuerda el valor de ese nudo. Cuando murió nuestro padre mi madre comenzó a escribir en un cuaderno, le contaba cosas. Creo que ya ha dejado de escribir.

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