El Salario Mínimo o cómo caminar sobre el alambre (en clave de género)


El Salario Mínimo Interprofesional (SMI) está acaparando estos días la agenda mediática como si tuviera que debatirse una medida que lo único que pretende es mejorar la dignidad de las personas trabajadoras, todos sabemos que no es suficiente, que con 950 euros no se puede vivir, a pesar de todo algunos continúan poniendo palos en las ruedas. Qué ganas de malgastar fuerzas en algo tan obvio, tan de sentido común, tan de humanidad y tan justo.

Qué tristeza es tener que escuchar a los empresarios la semana pasada, justo cuando se iba a aprobar este incremento del SMI (en 2018 era de 735,90 euros, en 2019 ascendió a 900 euros y para 2020 se acaba de aprobar hasta los 950 euros), que si subía más el salario mínimo romperían el Diálogo Social. Esta amenaza indica la falta de conocimiento sobre el suelo pegajoso que tienen que pisar especialmente las trabajadoras, que son quienes reciben los salarios más bajos.

La brecha salarial es más que evidente. Según se desprende de la Encuesta anual de Estructura Salarial, publicada en 2017, "el 18,8% de las mujeres tuvo ingresos salariales menores o iguales que el Salario Mínimo Interprofesional (SMI) en 2017, frente al 7,8% de los hombres". Como apuntan desde el Gabinete Económico Confederal de CCOO: "Por cada 4 personas con ingresos iguales o menores del SMI, 3 son mujeres. Si atendemos a la brecha salarial, en 2017 la ganancia media para los hombres fue de 26.391,84 euros y para las mujeres de 20.607,85 euros (5.783,99 euros menos). Según el INE, el salario medio anual femenino representó el 78,1% del masculino. Para CCOO, la ganancia anual media de las trabajadoras debe aumentar un 28% para equipararse con la de los trabajadores". Son las mujeres las que más temporalidad, parcialidad y rotación laboral soportan.

Esta medida no es una ocurrencia del gobierno de turno, responde a unas exigencias europeas recogidas concretamente en el Convenio del Consejo de Europa sobre prevención y lucha contra la violencia contra la mujer y la violencia doméstica (Convenio de Estambul) con el fin de erradicar la violencia económica que sufren las mujeres, "una violación de los derechos humanos y una forma de discriminación contra las mujeres".

Cuántas veces he tenido que escuchar en boca de mi amiga las secuelas de la pobreza laboral que sufre. Hasta hace cuatro días trabajaba 9 horas diarias (ahora 8) en una gestoría, en la que solo trabajan mujeres, por un salario ridículo, un insulto a la dignidad. Siempre ha cobrado el SMI. Cuando se enteró de que el gobierno iba a aprobar un incremento daba palmas de alegría, estamos hablando de que su sueldo no llega a los 1.000 euros mensuales.

A ese salario mínimo hay que sumarle las horas extras no pagadas, ni recompensadas de ninguna manera, realizadas en fines de semana y hasta altas horas de la noche. Hay que sumarle el dinero en B que gestiona para su JEFE. Hay que sumarle la presión, la falta de empatía, la soberbia, el desprecio, la prepotencia y el cinismo. Hay que sumarle la falta de horizonte laboral, de promoción y de motivación. Esta situación está haciendo mella en su automomía, salud, autoestima, hábitos, expectativas, deseos y en sus relaciones personales, su vida está condicionada a una bola de acero que pesa demasiado. Vive a rastras.

La estrategia patriarcal de mantener a las trabajadoras enfrentadas (mientras “se pelean” por cuestiones que el mismo JEFE provoca y consiente, no tienen tiempo de pensar en agruparse y luchar por sus derechos) le viene fenomenal para seguir engordando su gallina de los huevos de oro. Desactiva la sororidad intoxicando el ambiente en el trabajo, la culpa es siempre de ellas: “Si no lo haces tú, caerá sobre otra compañera”, con amenazas, favoritismos y manipulaciones.

Y yo me pregunto, a ver si quien está negociando el salario mínimo por parte de los empresarios se sitúa en ese bando, en el del JEFE que se enriquece gracias a la precarización de sus trabajadoras, que levita por encima del suelo pegajoso que las engulle como arenas movedizas, mientras él se llena los bolsillos.

A ver si es ese JEFE quien se sienta en esa mesa de negociación para intentar boicotear una medida política que busca dignificar el empleo, principalmente el de las mujeres. A ver si lo que no quiere es igualdad y justicia social. Cuántas amigas caminan por ese suelo pegajoso, luchando por mantenerse erguidas. ¿Caminarían ELLOS por ese suelo? ¿Por menos de 1.000 euros?

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