Las brujas eligieron a los gatos (o viceversa)


A vosotras, amigas y compañeras gatunas
Frida entró en mi vida para transformarla, en realidad pienso que el destino puso a Frida en mi camino a propósito, fue un regalo de la suerte, de la buena suerte. Frida fue rescatada de la calle, la gatita más pequeña de una camada del descampado, la más débil, la que tenía el rabito torcido, la gatita atigrada de ojos claros. Frida tendría apenas dos meses, muchos bichos y principio de desnutrición, pero una fuerza por vivir increíble. Así que Frida llegó para quedarse. Se convirtió inmediatamente en mi aliada.

A los cuatro años rescatamos a León, un gato bebé que se quedó atrapado en el garaje de la comunidad, escondido en el motor de un coche. León entró en nuestras vidas como una inyección de vitaminas, sobre todo para Frida, que por primera vez veía a un animal de su especie, todo un acontecimiento. En estos momentos, Frida y León son los seres confinados más felices que conozco.

Siempre quise tener gatos, lo tenía clarísimo, son tan fascinantes. Quizás era algo inevitable, solo era cuestión de tiempo. De personalidad transgresora, independiente, curiosa, intrépida e intuitiva, quería conectar con el mundo felino o más bien mi deseo se había convertido en una necesidad urgente.

Un día leí en un libro sobre gatos que no se pueden educar dándoles órdenes como a los perros. Eso es algo que va totalmente en contra de su naturaleza. Pensé en ello y en mis encuentros gatunos a lo largo de mi vida, tan intensos y fugaces. Mi encuentro con los gatos en el pueblo, en casa de mi abuela, escondidos en la mesa de la cocina, protegidos por el mantel grueso, provocando a los humanos y fingiendo ser domésticos. Mi encuentro con los gatos en Venecia, tan divinos, mundanos y felices. "Vive el instante", creía escucharles decir cuando pasaba a su lado, mientras se estiraban al sol. Mi encuentro con la gata persa de los vecinos, dispuesta a encararse con los perros, a sacar las uñas al más fuerte y a dormirse como una bola de algodón a los pies de la cama.

Ahora bien, lo que me parece más fascinante todavía, es que a las mujeres libres, solteras, enigmáticas, excéntricas, pensadoras, creativas, solitarias, independientes y hasta brujas (me encanta lo de brujas) se nos relacione con un gato, y si es negro mejor. Es más, hasta nos denominan "las locas de los gatos", de manera peyorativa, como si convivir con gatos fuera entrar en el árbol genealógico de Satán.

Hubo una primera vez. En 1566, Agnes Waterhouse fue ejecutada por cometer actos de brujería en Inglaterra, junto con otras dos mujeres. Durante el juicio confesó haber sido bruja, cuyo espíritu familiar era un gato llamado Satanás. Fue acusada de matar al ganado, causar enfermedades, así como provocar la muerte de su marido. Este episodio me recuerda a la serie Luna Nera, en la que sus creadoras, Francesca Manieri, Laura Paolucci y Tiziana Triana, retratan "la caza de brujas" en Europa durante los siglos XVI y XVII: mujeres independientes, organizadas, sanadoras y libres, quemadas en la hoguera, supuestamente por brujas, por malas y por hechiceras. La misoginia en estado puro, vamos. En este sentido, os recomiendo la investigación de Norma Blázquez Graf, "El retorno de las brujas. Incorporación, aportaciones y críticas de las mujeres a la ciencia" y la obra de Silvia Federici, "Calibán y la Bruja".

Desde el activismo hay que destacar las acciones del movimiento feminista estadounidense W.I.T.C.H. (Conspiración Internacional de las Mujeres del Infierno), surgido en 1968. "W.I.T.C.H. ES UN TODO DE TODAS LAS MUJERES. Es teatro, magia de la revolución, terror, alegría, flores de ajo, hechizos. Es la conciencia de que las brujas y las gitanas fueron las primeras guerrilleras y luchadoras de la resistencia contra la opresión -especialmente la opresión contra las mujeres- a través de la historia. Las brujas siempre han sido mujeres que se han atrevido a ser geniales, valientes y regresivas, inteligentes, inconformistas, exploradoras, curiosas, independientes, liberadas sexualmente, revolucionarias", así comienza su manifiesto.

Las brujas siempre han estado asociadas a los gatos, convirtiéndose en sus misteriosos compañeros de aventuras. Los gatos y las brujas se han llevado bien desde tiempos inmemoriales, solo hay que revisar la bibliografía, su compatibilidad es evidente, además a los gatos se les atribuyen poderes sobrenaturales, como la neutralización de las malas energías y una supuesta inmortalidad, por eso de las siete vidas. No sé a vosotras, pero a mí mis gatos me tienen hechizada. Los gatos también fueron perseguidos en la Edad Media por este tipo de creencias, incluso en la actualidad los gatos negros son señal de mala suerte. ¡Qué injusto! Hay gente que demoniza a los gatos y, por ende, a las brujas, nuestras hermanas.

A finales del siglo XIX, los antisufragistas utilizaron imágenes de gatos para ridiculizar a las mujeres que defendían el derecho al voto femenino. El gato se identificaba con lo doméstico y, según los opositores, ese era el lugar que le correspondía a la mujer: la casa, la cocina y con la "pata quebrada". Ay, siempre subestimando al gato. Las sufragistas dieron la vuelta a esta campaña de desprestigio y utilizaron la imagen del gato para protestar contra la Ley de Presos (The Prisoners Act), denominada  Ley del Gato y el Ratón. Las activistas que cumplían condena por sus acciones de protesta iniciaron una huelga de hambre en la cárcel para continuar con las reivindicaciones. Las autoridades decidieron liberarlas temporalmente hasta su recuperación, luego volverían a prisión para completar la condena. El gobierno en esta ocasión sería el gato. De ahí el sobrenombre de esta medida legislativa.

Los estereotipos que nos han asignado a las mujeres a lo largo de la historia han servido de mecanismos de control para desacreditarnos y reducirnos a cenizas, literalmente hablando. Por eso todo lo que estuviera vinculado con los derechos y las libertades de las mujeres era perseguido por el poder patriarcal, así éramos condenadas a la hoguera, a la cárcel, a la cocina, al matrimonio, a la reproducción, a los cuidados, al silencio. Por eso los gatos también han sido víctimas de esos estereotipos, tachándoles de difíciles, ariscos, interesados y desobedientes, por eso han sido nuestros mejores compañeros de vida, y eso el poder tampoco se lo perdona. Porque son independientes, curiosos, transgresores, intrépidos, carismáticos, peculiares, indómitos y supervivientes. Porque en realidad no encajan con la vida doméstica, porque van a lo suyo, porque se rebelan y son encantadores. Porque las brujas les eligieron, o viceversa. 

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