Queridas Reinas Magas

Lo de escribir la carta a los Reyes Magos es uno de los recuerdos de Navidad más entrañables de la infancia. La mayor ilusión que a día de hoy muchos adultos todavía conservan, se resisten a perder ese hilo que conecta con la niñez, en realidad un acto de fe, la necesidad de creer en la magia de unos señores que podían con todo, que lo sabían todo sobre nosotros y nosotras, y que luego nos traían lo que les daba la gana. 

Eran nuestras madres las que nos ayudaban a redactar esas cartas, con mejor o peor caligrafía, las que nos acompañaban al buzón, las que hacían balance del año y se empeñaban en que fuéramos realistas con nuestros sueños, siempre tan pragmáticas. Dejar volar la imaginación era difícil cuando las prioridades no pasaban por una lista interminable de regalos. El día a día se centraba en salir adelante, pagar facturas y ahorrar para los estudios del mañana. Y la Noche de Reyes no se escapaba del plan, eran nuestras madres las que negociaban con aquellos Reyes Magos, tan inalcanzables y poderosos. ¿Serían de carne y hueso? Ni tan siquiera nos preguntábamos cómo entraban en nuestras casas para dejarnos los regalos al lado del zapato. 

Una noche cerré muy fuerte los ojos para quedarme dormida cuanto antes, quizás presioné demasiado los párpados, quizás la emoción me sobrepasó, fue una lucha contra el insomnio que finalmente conseguí vencer. Cuando abrí los ojos ahí estaba el balón de naranjito que había pedido mi hermana. Nuestra habitación tenía balcón, así que los primeros años colocábamos los zapatos en la puerta para facilitarles las cosas a los Reyes Magos, el hueco de sintasol que quedaba entre mi cama y el balcón se convertía en un salón real improvisado.

Las madres dictaban a los Reyes Magos nuestras peticiones (y las de ellas). Ellas no se sentían abrumadas cuando tenían que negociar con estos tres hombres de ropas brillantes. Mi madre nos cuenta que se quedaría para siempre con nuestros ojos mirando la cabalgata de Reyes, con toda la inocencia del mundo concentrada en un rostro. Esa imagen describe para ella la felicidad, unos años en los que creíamos en la magia de tres magos que venían de Oriente, guiados por una estrella, de un lugar muy lejano que no conseguíamos poner en el mapa, pero que deslumbraban solo con levantar la mano para saludar. Las calles se llenaban de niños y niñas, y mi ciudad natal se hacía muy grande por una noche. 

Nuestras madres retaban a los Reyes Magos para que esa noche fuera mágica de verdad. Ellas también apretaban muy fuerte los ojos. No es tarea fácil hacer los sueños realidad, porque a veces la realidad ya es demasiado cruda, y ni los sueños pueden reconvertirla en felicidad. Nuestras madres y abuelas son expertas en esto.

Porque no todos los niños y niñas reciben regalos, por muchas cartas que les escriban a los Reyes Magos. Hay niños y niñas que no pueden dejarle agua a los camellos, ni siquiera una llamita de luz para guiar a los Reyes. Quizás los Reyes Magos no son tan magos, ni tan brillantes, ni tan reales. Porque muchas veces son las madres las que siguen retándolos para que sus hijos y hijas se ilusionen. Porque en realidad son ellas, mujeres poderosas, las que hacen magia, madres que luchan por los derechos de sus hijos e hijas cada día, y que ven con desazón cómo esa Noche del calendario se vuelve inalcanzable. 

Me estoy acordando de los niños y niñas de Cañada Real Galiana y del artículo que escribió hace unos días Javier Rubio "Por una intervención humanitaria inmediata en Cañada Real", y de las reivindicaciones de las madres a cámara, mientras el gobierno de la Comunidad de Madrid mira para otro lado, "negando el auxilio a 4.000 personas sin luz en medio de la pandemia". Ellas son las Reinas Magas. Sin trajes brillantes, sin anillos, sin coronas, sin carrozas. Ellas son las Reinas Magas, con cartas que se dicen a la cara, delante de una cámara de televisión. Ellas son las Reinas Magas, sin tronos, pero con convicciones y recordándonos lo importante. La periodista Olga Rodríguez solo pedía una cosa para 2021: "Que la indiferencia no se precipite como la lluvia". Que así sea. 

(*) Ilustración: Sara Fratini

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