Mujeres, el abrazo es nuestro


Conozco a mujeres que abrazaría al instante, en cuanto las tuviera delante, mujeres con las que he conectado desde la primera conversación a través de un mensaje cruzado en una red social. Cuando las mujeres nos abrazamos me imagino una corona de fuego sobre nuestros cuerpos, la consecuencia de una fuerza superior, la que nos hace invencibles.

Los abrazos dicen mucho del feminismo, lo podríamos considerar un símbolo. Las compañeras de las asociaciones feministas, de los consejos, de las coordinadoras nos abrazamos cuando nos reencontramos, y sobre todo, en plena lucha, al vernos todas juntas, reivindicando y gritando al unísono detrás de una pancarta, al compás de los tambores. Ahí es cuando el abrazo canaliza toda nuestra energía. Necesitamos contar sin palabras lo poderosas que nos sentimos, y nos abrazamos fuerte.

Las feministas nos abrazamos, así lo he vivido yo siempre, es un gesto de sororidad, acompañamiento y refugio. Y nos hemos abrazado con lágrimas en los ojos, y nos hemos abrazado en el saludo y en la despedida, y nos hemos abrazado cuando no nos salían las palabras.

Salimos a las calles para denunciar sentencias patriarcales, para acuerpar a las víctimas, para gritar por las que no pueden, porque juntas somos más, y lo sabemos. El patriarcado se descompone ante los abrazos, pero últimamente, y con la ayuda de la pandemia, nos abrazamos poco. 

No soy una experta en teoría feminista, de hecho, descubrí a sus autoras no hace tanto tiempo. Pensé en cómo nos habían ocultado esa parte de la historia, en cómo ninguna de estas mujeres aparecía en los libros de texto, en las lecturas obligatorias, en los debates. Nada, ni rastro. Nadie nos había hablado de feminismo, ni de las teóricas que sentaron sus bases. Cuando comencé a leer sobre la historia del feminismo mi cabeza hizo un clic y ya nada volvió a ser como antes. Me convertí en espectadora de mi propia vida, revisando escenas que en su día no llegaba a comprender, situaciones contradictorias, episodios de culpa, que después del visionado cobraban sentido. Las respuestas estaban en la frase de Kate Millet: "Lo personal es político"

El día que descubrí que lo que me pasaba a mí nos pasaba a todas me quité un peso de encima, pero también tomé conciencia de lo que significaba la lucha feminista, desprenderse de lo individual para pasar a la acción colectiva, un camino de espinas, doloroso, porque revuelve, pero imposible de abandonar, ya no. El abrazo feminista reconforta cuando la vida duele, cuando la incomprensión, la ignorancia, la neutralidad, la indiferencia o el odio intentan doblegarnos. 

Cuántos abrazos nos ha robado el patriarcado, tentándonos a competir entre nosotras, a enemistarnos, a envenenarnos, alimentando mitos sobre nuestra forma de pensar, a hacernos creer que somos retorcidas, inestables y vulnerables, a dividirnos, a castigarnos, a condenarnos a la infelicidad, a robarnos placer y autonomía, a prohibirnos los abrazos.

Recuerdo los abrazos de mi abuela y el cobijo de su cuerpo. Eran consuelo, pero también enseñanza, no podemos distanciarnos de nuestras abuelas, ellas nos trajeron hasta aquí, ahora nos toca a nosotras continuar abrazando de la misma manera. El abrazo feminista es nuestra consigna, el trueno, la rabia, la lucha, la voz de nuestras abuelas, el temblor de la tierra. El abrazo feminista es nuestro grito, nuestra hoja de ruta, nuestra revolución, nuestra memoria feminista. Mujeres, el abrazo es nuestro. Ojalá volvamos a abrazarnos fuerte, como aquel 8 de marzo de 2018, cuando el país se paró en seco, cuando reventamos las calles, las plazas y el patriarcado tembló aterrorizado, incrédulo y desencajado. Ese 8 de marzo fue histórico, como nuestro abrazo.  

(*) Ilustración de El Hulahoop 

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