Mujeres defensoras del rayo violeta


A mí me ocurrió sin avisar, no me acuerdo del día ni del momento concreto, creo que no fue de repente, que sucedió poco a poco, de forma paulatina. Pero cuando por fin fui consciente de que la vida tenía un tinte violeta, de que todo lo que me rodeaba cambiaba de tono, una sacudida atravesó mi cuerpo y mi mente comenzó a revisar escenas del pasado a la velocidad de la luz. Me había convertido en otra persona, ya no era la misma, ya no había marcha atrás. Y lo más importante, comprendí que nunca había sido un bicho raro, simplemente luchaba contra la norma.

Cuando los ojos adoptan el filtro violeta la vida se vuelve complicada, eres más libre, sí, pero también más consciente, y eso a la vez es arriesgado, porque vas sin coraza. La catarsis se ha apoderado de todo lo anterior y duele estar tan expuesta. Al abandonar la equidistancia y asumir el compromiso feminista lo injusto aparece siempre en primer plano y comienza la lucha. Has decidido ser una persona valiente y eso pesa mucho, a veces es difícil aguantar tantas piedras sobre las espaldas, a veces te arrepientes de haber destapado el pastel, a veces desearías volver al unicornio, a veces el corazón bombea rápido porque le posee la rabia, pero, ¡ay, amiga! ya no hay marcha atrás. El filtro violeta es permanente. 

Depende del entorno, el filtro violeta puede ser más o menos llevadero. Pienso en las compañeras feministas de los medios de comunicación que sufren la travesía en solitario, que se enfrentan al patriarcado, que quieren cambiar las cosas, que se posicionan, y que como contrapartida reciben en ocasiones el descrédito, la indiferencia, la burla o el insulto de sus propios compañeros y/o superiores. 

Sin embargo, a pesar de la presión, del miedo a perder el empleo o a que colegas de profesión les den la espalda, continúan firmes en su compromiso, desmontando bulos machistas, explicando datos, ofreciendo argumentos, aplicando la perspectiva de género, empatizando con las víctimas, haciendo pedagogía feminista en sus respectivos medios y enfrentándose a orcos testosterónicos en mitad de un directo.  

Pienso en vosotras, compañeras, en que no lo tenéis fácil, en que en vuestra voz, en vuestras manos y en vuestros gestos hemos depositado toda nuestra fuerza, porque estáis ahí, en primera línea, a pecho descubierto, contra una corriente machista y resistente al cambio que neutraliza cualquier rayo violeta. 

Cuando estas mujeres moderan mesas de debate y tertulias, cuando colaboran en programas, cuando escriben o alzan su voz desde la mirada feminista respiramos aliviadas, porque sabemos que todo va a ir bien, que los contenidos se van a tratar con propiedad. Sin embargo, tragamos saliva cuando las vemos tan expuestas, aguantando la verborrea de un tertuliano que no tiene ni idea de feminismo, pero ahí está, chapurreando del tema, como si la experticia cayera del cielo. Cuántas veces hemos aplaudido desde el sofá de nuestra casa a la compañera que está en plató, desmontando en solitario bulos machistas, mientras soporta los comentarios misóginos del señor de al lado. Cuántas veces hemos deseado que le llegara nuestro rayo violeta al grito de "no estás sola". 

Cuando estas mujeres están, todo se coloca, todo se entiende, todo se transforma (para bien). El rigor y la perspectiva de género hacen del periodismo un instrumento fundamental en la lucha contra la violencia de género, en la lucha por la igualdad real. 

Cuando estas mujeres están, se abre un rayo violeta en el programa, en la tele, en el gabinete de prensa, en la emisora, en el periódico, en el digital, en el directo y creemos en el periodismo digno. Pero en cuanto desaparece la estela del rayo violeta, la desidia y la dinámica habitual vuelven al medio y se instala de nuevo lo fácil, el pensamiento único, la violencia simbólica, cuando en realidad el periodismo digno debería ser una constante, no una excepción.

Las compañeras defensoras del rayo violeta no son heroínas, son personas conscientes del papel que desempeñan los medios de comunicación en el cumplimento de los derechos humanos, aunque se estén dejando la piel. Esto no debería ser una cruzada de un grupo de personas comprometidas, sino un compromiso real de los medios, porque el periodismo será feminista o no será.

La Voz de la Mujer

Carmen de Burgos 

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