Conocí a un hombre que paseaba con una mujer colgado de su hombro. Era habitual verles juntos, él amarrándole a ella con su brazo cuando salían de misa, cuando cruzaban la calle, cuando entraban en el portal, cuando estaban con sus hijas. Este gesto que tanto se repite en las imágenes de archivo de la docuserie 'Rocío Carrasco: Contar la verdad para seguir viva', donde Antonio David Flores pasa su brazo una y otra vez por la espalda de Rocío Carrasco hasta dejarlo clavado en su hombro, me hizo pensar en aquel hombre, en su brazo poseedor, en aquella mano que sobresalía por el cuerpo de ella. Me acordé de aquella pareja que parecía tan enamorada, tan idílica, tan familiar, de anillos relucientes, de domingos de misa y punta en blanco. Apenas recuerdo sus caras, pero cuando vuelven al presente dibujo su silueta de esa manera.
Escapar de ese brazo se hacía casi imposible. En los 90 nadie se percataba, nadie hablaba de ello, nadie fijaba la mirada, nadie empatizaba, nadie sospechaba, porque la sociedad miraba para otro lado, porque en aquellos años la violencia de género ni siquiera tenía nombre, solo se cuchicheaba en patios y corrillos, sin saber que ese tipo de violencia tiene un origen profundo, fruto de una educación patriarcal que justifica muchos gestos, y por supuesto el silencio, la complicidad y la indiferencia.
La raíz de la violencia de género es invisible, pero poderosa. Por eso hay que dirigirse a la raíz, prestar atención a los gestos, al lenguaje, a lo oculto. Todavía hoy como sociedad muchas veces seguimos mirando para otro lado, instalados en la cómoda equidistancia, comentando la violencia de género en corrillos, sin asumir un compromiso firme contra esta vulneración de los derechos humanos. Como sociedad hay que dar un paso adelante, y por supuesto, esto también incluye a los medios de comunicación. Como explicaba la experta en violencia de género, Ana Bernal Triviño, en uno de los debates de la docuserie: "La violencia de género es un delito público, no es un asunto privado de pareja, es un delito público y por ello hay que denunciar públicamente y reflexionar en conjunto".
Bajar al barro, descender y conseguir que cualquier estrato sea permeable al feminismo, acercarlo a la sociedad, a las personas que no leen teoría feminista, ni libros especializados en estudios de género, ni autoras feministas, ni artículos de periodistas que abordan la perspectiva de género es una misión imprescindible para hacer pedagogía de manera próxima, pero también rigurosa.
Conozco a mujeres de mi entorno que han vivido de cerca casos de violencia machista. Sabían que su vecina sufría malos tratos, pero jamás lo denunciaron, lo hablaban entre ellas, lo murmuraban durante los paseos, se comían el miedo y se hacía el silencio. Se percibía como un problema de puertas para dentro, un mal doméstico, privado, una cosa de otras, la culpa de la mala suerte. A veces ni se contemplaba como problema, era una carga con la que había que vivir para siempre, porque te había tocado, probablemente por mandato divino, y había que aceptarlo con resignación, porque "mi marido me quiere a su manera". Y entonces ya había entrado por el cuerpo la culpa, como la carcoma.
Estas mismas mujeres que se saludan en el paseo, que coinciden en el mercado, en misa o en el ambulatorio consumen a diario programas como el archiconocido 'Sálvame', no leen a Simone de Beauvoir. Abordar la docuserie sobre Rocío Carrasco en un contexto de violencia de género es imprescindible y también una obligación. La responsabilidad de los medios de comunicación en esta materia viene recogida en la legislación española: tanto en la Ley de Igualdad 3/2007, en su artículo 36, como en la Ley 1/2004 de Protección Integral contra la Violencia de Género, en su artículo 14.
Desmenuzar en prime time cada fase del ciclo de la violencia machista, explicar señales para detectar el maltrato, definir la violencia psicológica, la revictimización o la violencia vicaria es hacer pedagogía feminista a lo grande. Muchas mujeres que me cruzo en los paseos o en el mercado desconocen todos estos aspectos y puede que algunas de ellas hasta sean víctimas o lo hayan sido (sin ser conscientes).
Qué importante es nombrar lo que está ocurriendo, visibilizarlo y explicarlo en un marco adecuado. Es una oportunidad de oro que voces expertas expliquen con rigor en programas de máxima audiencia qué es la violencia de género, desmonten bulos y sensibilicen a una sociedad anestesiada, expuesta a muchas mentiras, algunas de ellas provenientes, aunque parezca mentira, del propio Congreso, negando precisamente la violencia de género por parte de la ultraderecha.
Si el relato de Rocío Carrasco ha ayudado a las mujeres de nuestros barrios a reconocer las señales de la violencia de género, a nombrar lo impronunciable, a salvar vidas, a disipar la culpa, a detectar gestos, por todo esto ya ha merecido la pena.
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