La paz será feminista


Una bomba casi mata a mi abuela siendo niña, sin embargo, el destino quiso salvarla. Creo que fue un milagro, en realidad mi abuela siempre fue salvando la vida, intercalando muchas penas y alguna alegría para soportar el vértigo de vivir. Se puede decir que fue una superviviente de la historia, de las mil historias que atravesaron su vida. Dolieron tanto que mi abuela siempre quiso vivir a medias. Lloraba de repente y nadie comprendía cómo podía sufrir tanto sin motivo. Ella siempre tuvo sus motivos, unas raíces profundas que conectaban con el llanto, y que solo ella sabía interpretar, pero ahí estaban, bien atadas a unos traumas que a veces dulcificamos llamándolos recuerdos.

Las abuelas que vivieron la guerra tienen un brillo diferente en los ojos, cuentan con la mirada cosas impronunciables, quizás para protegernos de sus demonios. Muchas de ellas ya no viven, como las mías, dejando atrás páginas en blanco, ojalá las hubiera escrito todas, la muerte siempre nos pilla de manera inesperada, aunque esté cerca, ojalá sus testimonios nos hubieran ayudado a construir un mundo diferente. No hemos sabido interpretarlos, o no hemos querido, o el sistema patriarcal se ha encargado de silenciarlos para no convertirlos en un relato feminista tan poderoso que hiciera tambalear sus cimientos. Su sabiduría la hemos empleado para escribir cartas nostálgicas sin pensar en su fuerza política y revolucionaria. Subestimamos a nuestras abuelas centenarias, creímos que habían perdido la cabeza, pero siempre fueron las personas más cuerdas.

Ellas vivieron la guerra. Y lo que es peor, sus consecuencias. Hoy vemos la guerra a través de las redes sociales y de los medios de comunicación, en tiempo real, empatizamos, nos revolvemos, pero nos separan miles de kilómetros, aunque la pantalla sea extrafina. Mis abuelas fueron las primeras mujeres que conocí supervivientes de una guerra. Cada vez que leo o veo noticias sobre una guerra pienso en las mujeres, que como mis abuelas, intentan salvar su vida, una vida que vale menos por el hecho de ser mujeres, en eso no ha cambiado nada.

Cada año, el Secretario General de las Naciones Unidas emite un informe sobre violencia sexual en contextos de conflicto armado, donde se recogen violaciones, esclavitud sexual, prostitución, embarazos, matrimonios o esterilizaciones forzadas. El último documento, de 2021, se centraba en 18 países “sobre los cuales se dispone de información verificada por las Naciones Unidas”.

Las mujeres son las que más sufren en los conflictos armados y las más olvidadas en los procesos de paz. Según la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad (WILPF), “pese a los grandes logros, la guerra sigue afectando de forma desproporcionada a las mujeres. El 80% de los aproximadamente 50 millones de personas refugiadas que existen en el mundo son mujeres mientras que únicamente el 4% de los acuerdos de paz llevan la firma de alguna mujer”.

La paz será feminista, porque como explica Phumzile Mlambo - Ngcuka, directora ejecutiva de ONU Mujeres, en El País, “la devastación seguirá, a menos que escuchemos a las mujeres y traspasemos nuestras inversiones desde la guerra hacia la paz”.

Desde donde escribo, tras el gran ventanal, soy capaz de ver las casas de mis abuelas, ahora cerradas, pero erguidas. Han sido sacudidas por el tiempo, pero todavía conservan las cerraduras intactas. Me quedo mirando y pienso en la paz que encierran esas paredes de adobe, y cómo resisten los inviernos, y cómo nos desalman cuando entramos a repasar sus estancias. No me explico cómo ellas resistieron a todo eso, a las bombas y a todo lo peor, a la posguerra, a la represión, al hambre, al patriarcado feroz, a la deshumanización. Por eso los conflictos armados nos desgarran, nos convierten en perdedoras antes de serlo, en armas arrojadizas, en el botín, en barro pisado, en utensilios del horror, en muertas en vida.

Me agarro a la paz feminista con fuerza y esperanza, porque la paz es algo más que “la ausencia de guerra”
, como dice la activista y Premio Nobel de la Paz liberiana Leymah Gbowee, “es la plena expresión de la dignidad humana”.

La paz feminista es humanidad. “No deberíamos destinar nuestro dinero a herramientas de destrucción”, reconoce Mlambo-Ngcuka, “sino a un tipo de 'paz feminista' que garantice todos los derechos básicos económicos y sociales, en una protección social amplia que asegure servicios vitales, como atención de salud, cuidados infantiles y educación”.

A pesar de las dificultades y la invisibilidad, existen muchas organizaciones de mujeres que están intentando construir la paz. “En Siria las mujeres han negociado el cese temporal de hostilidades para permitir el paso de ayuda humanitaria, las hay que han trabajado en escuelas y hospitales de campaña, y las que han documentado violaciones de los derechos humanos. En Sudán del Sur, las mujeres han mediado y resuelto disputas tribales para evitar que los conflictos se volvieran abiertamente violentos”, cuenta la directora ejecutiva de ONU Mujeres en El País.

Me quedo con el lema del movimiento de la sección internacional de WILPF: “El poder de las mujeres para parar la guerra”, y lo hago mío, y se lo cuento a las abuelas centenarias, porque también creo en la voz común de las mujeres para parar las guerras, una voz múltiple y transversal, pero poderosa, que atraviese el planeta, porque la paz será feminista o no será.

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