Las tres mujeres que se reunieron en mayo

Las tres mujeres eligieron el mes de mayo para reunirse. No creo en las casualidades. En el mes de mayo todo brota. A lo mejor fueron demasiado arriesgadas invocando recuerdos en el mes que lo descubre todo. Las tres mujeres quedaron en el piso donde se cumplieron sueños para revisar los recuerdos sólidos. Es doloroso hacer inventario de la vida de los padres. Sin quererlo nos exponemos a todo un pasado con el que nos damos de bruces. Nos gustaría evitar el dolor de juntar pertenencias para luego deshacernos de ellas, pero es inevitable, nos toca asumir la responsabilidad del duelo. No hay escapatoria. 

Con resistencia se abren armarios para ordenar en cajas efectos personales y utensilios que un día sirvieron para festejar. La vida se concentra en cajas de cartón y muebles desmontados que enlazan con fotos fijas: una siesta, una conversación, unas navidades. La nostalgia dulcifica los tiempos difíciles, los que el abuelo contaba en la mesa redonda. Siempre narraba el mismo episodio de sacrificio. La dureza de esos años se envolvió con el celofán de los logros de una familia que solo quería ser feliz. Y vaya que lo fuimos. 

Las tres mujeres lloraron juntas ese día. Decidieron con un agujero en el pecho qué abandonaban y qué salvaban. Se repetían entre dientes que solo eran objetos y prometían no llorar para no contagiar a la otra, y así en bucle, iban tragando lágrimas, pero el agujero en el pecho cada vez era más profundo.

Cada cajón es un año de vida. Cada juego de sábanas, cada porcelana, cada foto, son trozos que se resisten a marchar. Porque los cuerpos desaparecen, pero las pertenencias se quedan para que los sucesores terminen la misión. Es difícil desprenderse de lo que nos hizo personas. Da miedo lanzar al vacío lo tangible. Es como si quisiéramos evitar el olvido, conservando las posesiones que ya no tienen dueño. 

Las tres mujeres clasifican los objetos y verbalizan un pasado a veces bueno. Repasan la vida de la familia a través de los objetos que fueron regalos. Hoy vuelven a sus manos. Dicen que los regalos no se regalan, pero a veces retornan sin desearlo y entonces la superstición tiene perdón. Se cierra un círculo con la duración de una vida. El azucarero de finales de los 70 ahora descansará en otra vitrina por deseo expreso de la mujer que lo regaló. El trasiego de recuerdos reaviva emociones que nos esforzamos en enterrar. Siempre pasa cuando se recuperan objetos que creíamos perdidos, en realidad solo había que desenterrarlos. 

Las tres mujeres hicieron eso, desenterrar. El duelo que creían cerrado no lo estaba tanto y al excavar se encontraron con la pena de una despedida que no fue. En mayo la tierra se remueve, las lluvias consiguen limpiar el campo, todo brota. Es demasiado doloroso abrirse en canal cuando los días son tan largos. Demasiada luz, demasiada belleza. Las tres mujeres se reunieron en mayo (sin pensarlo) para revisar la vida. No creo en las casualidades. 

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