La tortura de toros, un rito patriarcal

Me tapo lo ojos. La piel se eriza. Retiro la mirada. Antes, de niña, de adolescente, podía soportarlo. Pero ya no. La tortura animal estaba tan normalizada que ahora duele reconocer que un día fui cómplice, como le ocurrió a Emilia Pardo Bazán. La falta de empatía hacia los animales se daba por sentada, total, "si solo es un toro", como escuché hace poco en relación con la tradición cruel del Toro Jubilo, en Medinaceli, donde un toro es torturado hasta la "no muerte", porque justifican esta aberración diciendo que lo indultan. Casi es mejor morir de una vez que hacerlo lentamente, digo yo que pensará el toro. Este año las torturas lo asesinaron, al menos eso es lo que se está investigando. Pero claro, solo es un toro.

En torno a estos ritos existe una trama patriarcal que se representa en el hedor de los detalles y en la perversión de las supersticiones, los rituales y otras mandangas corporativistas (machunas), como las asociaciones, peñas taurinas o agrupaciones (que además reciben subvenciones de algunas administraciones públicas) para perpetuar una complicidad violenta. Lo llaman fiesta. Lo llaman cultura. Lo llaman arte. Es espeluznante que lo comparen con la creatividad, con la vida, con la libertad, cuando es todo lo contrario. Es espeluznante que se normalice el terror, que lo pongan fuego, luces o pasodobles para completar el rito ancestral, maquiavélico.  

Toda esta puesta en escena que no es más que la demostración de una masculinidad frágil se afana en reforzar todos los valores del paradigma machista, porque se asienta en la creencia de que ser hombre es algo superior, algo que hay que demostrar a diario. En la tauromaquia se utiliza al toro para reforzar la cultura del macho. Todo lo demás es la otredad. El poder, el desafío, el control, el "hay que tener cojones", la fuerza, la lucha, la brutalidad conspiran en un recinto cerrado en nombre de la fiesta. Y esto no es cosa de mujeres, las que lo intentaron no dieron la talla, fracasaron. Esto es cosa de hombres. Os lo dijimos. La tauromaquia es obra del patriarcado, la hizo a su imagen y semejanza.

Las mujeres estamos en las plazas para otros asuntos, principalmente para adornar y ser cortejadas por el macho alfa. Han pasado muchos años, pero lo recuerdo como si fuera ayer. Trabajaba como becaria en un diario y tenía que acompañar a un compañero cámara de televisión a una corrida de toros porque después íbamos a un evento cultural. El señor que tenía que hacer la crónica taurina le susurró a mi compañero que enfocara "a la rubia de allí". 

Cualquier imagen, por muy fugaz que sea, de esta aberración me produce muchísima angustia. La tortura convertida en baile, disfrazada de fiesta, me parece de una humillación y de una crueldad inmensas. Hablan de respeto al toro, pero para no atragantarse con su cinismo romantizan la tortura, reduciéndolo a una relación hombre - bestia, una escena de película. Lo que esconde en realidad es una pugna desigual, donde el hombre se regodea en la agonía del toro, imponiendo su hombría, mientras el toro se defiende. Cuando acaba la tortura y el toro ha sido lo suficientemente sumiso, el matador levanta las orejas y el rabo del animal como trofeo, recibiendo el beneplácito del público. Y esto me recuerda a las películas de romanos, donde los gladiadores se enfrentaban a las fieras. Todo muy civilizado.

Me hiere que haya escuelas que transmitan estos saberes atroces y que además se subvencionen y apoyen. La educación es el abono para que crezca una ciudadanía respetuosa, empática y tolerante. Me parece una indecencia llamar escuela a un centro que enseña a torturar animales. Una escuela es otra cosa. Creo que no hay que explicarlo. ¡Ay, si la gran poeta Carolina Coronado (1820 - 1911) levantara la cabeza! "Para ella, la tauromaquia embrutece y la educación educa y quien no lo vea así tiene un serio problema de educación, o de taurinismo agudo, que, para el caso, viene a ser lo mismo", escribe sobre Coronado el periodista y doctor en Historia Contemporánea Juan Ignacio Codina en uno de los capítulos de su libro 'Pan y toros. Breve historia del pensamiento antitaurino español', dedicado a las mujeres que "ocuparon un destacado lugar en el antitaurinismo español", como las feministas Cecilia Böhl o María Luisa Castellanos, entre otras. 

Tengo la esperanza de ver el fin de la tortura animal en un futuro próximo. No hace mucho regalé a una niña para su cumpleaños el cuento del toro Ferdinando, donde se desmitifica la tauromaquia y se destruyen estereotipos. Ojalá, niños y niñas vean en la empatía, en la sensibilidad, en el respeto y en la paz el único camino hacia la convivencia. 

El patriarcado en la corrida de toros.

Cuento Ferdinando el toro.

(*) Ilustración de Lola Vendetta.


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