Las mujeres ponemos el cuerpo

Las mujeres ponemos el cuerpo para casi todo. Nuestro cuerpo vale muy poco, tan poco que hasta le ponen precio. Las mujeres llevamos implantado un código de barras. ¿Para qué hace falta hablar, ver o sentir si otros lo harán por nosotras? Dirán que somos libres para colocarnos el código de barras en la parte del cuerpo que queramos, faltaría más, de qué nos quejamos. Un engaño. Empiezo por ahí porque es el argumento zafio que utiliza el neoliberalismo para diseñar su coartada, la raíz de todo lo demás. Explica la filósofa Ana de Miguel, en 'Neoliberalismo sexual. El mito de la libre elección', que "la ideología neoliberal tiene el objetivo de convertir la vida en mercancía, incluso a los seres humanos". Habla de la falacia de la libre elección. De cómo nos han "colado" el cuento de que las mujeres somos libres para alquilar o vender "trozos de nuestro cuerpo". Todo esto es una tesis elaborada por el propio sistema para hacer caja.  

¿Cuánto dinero cuesta un cuerpo? Nuestro cuerpo. El mercado en connivencia con el patriarcado realiza un servicio de embalaje y atención al cliente extraordinario. Nos acordamos de la deshumanización de la esclavitud cuando vemos alguna película y nos llevamos las manos a la cabeza. ¡Qué horror! ¡Vender y comprar personas! Cómo se creen que viven las mujeres en situación de prostitución. Cómo creen que viven las mujeres que alquilan su útero. No hacen falta grilletes, el mercado ya se encarga de invisibilizar las cadenas. De invisibilizarnos directamente. Aparecemos troceadas, sin rostro. Nos deshumanizan.  

Los seres humanos no tienen precio, no podemos vender un riñón o comprar un trozo de hígado, porque entonces hablaríamos de mercancía, de transacción económica, de vulneración de los derechos humanos. Solo hay que rascar un poquito e ir a la raíz. Sin embargo, los cuerpos de las mujeres se alquilan por horas, las horas que duran las violaciones con dinero de por medio (prostitución); por meses, los meses que dura un embarazo, parto y postparto (vientres de alquiler); por días, los días que dura el proceso de la mal llamada "donación de óvulos" o por minutos, los minutos que dura entrar en una discoteca gratis, por ser mujer. Somos el producto. El sistema patriarcal nos cosifica, y claro, las cosas, los servicios, tienen un precio. 

Es curioso, pero sólo interesa nuestro cuerpo cuando el mercado le puede sacar rendimiento. En otras circunstancias se penaliza. Para ello utilizan eufemismos, disfrazan las palabras para dulcificar el concepto porque decir compra - venta no queda bien. Y envuelven de cinismo los argumentos para que al mercado no se le caiga la cara de vergüenza. "Que las mujeres somos libres", tenemos que oír. ¿Libres de embarazarnos, parir y soportar la carga física y mental de un postparto por un dinero irrisorio que ya se ha encargado de gestionar una agencia? ¿Libres de arriesgarnos a morir? En el caso de los vientres de alquiler, ¿Qué pasa si la criatura presenta problemas? ¿Qué hacen con ese menor? ¿Se queda en stock? ¿Libres de que nos violen por dinero que factura el sistema prostitucional? ¿Libres de punzar nuestros ovarios y arriesgar nuestra salud por un puñado de euros? Eso sí, lo del servicio postventa les sale reguleras, porque claro, si algo sale mal, los cuerpos no se pueden devolver. Los cuerpos no son una tele defectuosa o un pantalón que nos va mal de talla.

El feminismo no es un debate, sencillamente porque los derechos humanos no se debaten. Y no lo decimos las feministas radicales, aguafiestas, anticuadas y corta rollos, lo dice el derecho nacional e internacional, como desgrana la periodista Ana Bernal en su artículo ¿Qué hay que debatir de la gestación subrogada?, repleto de argumentos jurídicos. Hay personas que se creen impunes, tener mucho dinero les da carta blanca para conseguir absolutamente todo, porque pueden, porque el capitalismo convierte los deseos en realidad (si los puedes pagar). Para el neoliberalismo el fin justifica los medios. Y las mujeres somo el medio. Las mujeres siempre ponemos el cuerpo. Las mujeres estamos programadas para sufrir, sacrificarse y cuidar. Programadas para ser un felpudo. Programadas para callar y aguantar. Programadas para ser invisibles cuando toca. 

En las leyes del mercado no existe el altruismo, es una impostura. Cuando mencionan regular los vientres de alquiler con la fórmula del altruismo me recorre un escalofrío. Un embarazo no es algo inocuo; un parto y un postparto no es una aventurilla. El coste es absolutamente humano, y siempre va a haber intermediarios haciendo negocio con nuestro cuerpo. Es muy recomendable la charla virtual 'Vientres de alquiler, neoliberalismo y patriarcado' que impartió Uxía Reboiro, politóloga y consultora de género, desmontando el tinglado de los vientres de alquiler. 

Esto me recuerda a las muñecas matrioska que tiene mi madre encima del aparador: muñecas huecas, idénticas, unas dentro de otras. Las observo y pienso en nosotras, las mujeres, y en cómo nos ven muchas veces, tan huecas, tan inmóviles, tan deshumanizadas, tan borradas, tan a expensas de los deseos de otras personas. Las mujeres siempre ponemos el cuerpo, pensé.

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