El voto (revolucionario) de las mujeres

«Voy a votar porque gracias a otras mujeres puedo hacerlo», dijo una de las mujeres protagonistas del documental de la directora de cine Cristina Ortega, “Los sonidos de la soledad”. Lo decía con la papeleta en la mano, orgullosa, decidida a ejercer el derecho al voto, impulsada por aquellas mujeres que lucharon por el sufragio femenino. Más allá de partidos ella se centraba en la acción, en la capacidad de decidir, de actuar, de representar con hechos una idea, de caminar y respirar con dificultad hasta llegar al colegio electoral del pueblo, de hacer un esfuerzo gigante para cumplir con un derecho que nacía dentro de ella como un acto revolucionario. 

Me quedé con esa escena de un documental maravilloso, lleno de silencios que lo decían todo. Las mujeres que aparecen retratan la vida del mundo rural con tanta verdad que escucharlas es una lección constante. Estas mujeres son nuestras abuelas, mujeres supervivientes, las que veíamos creando mundos para seguir viviendo. Las que nos dejaron miguitas de pan para marcarnos el camino. Las mujeres conversan sin juicios de valor, desde el respeto y la sororidad. Así de sencillo. A veces contar lo sencillo es lo más difícil. Cristina Ortega lo cuenta con mucha honestidad y belleza.

El voto que reivindicaba la mujer que aparece en el documental representa a muchas mujeres que un día pudieron hacerlo porque Clara Campoamor lo luchó en el parlamento hasta conseguirlo, el 1 de octubre de 1931. Lo narra el periodista Isaías Lafuente en su libro Clara Victoria. Son tantas las frases reseñables que resulta difícil resumir la resistencia de una mujer que consiguió derribar los privilegios del poder a favor de la igualdad real. Sus discursos defendían con hechos un feminismo que hoy recordamos con admiración, conscientes de su magnitud. Gracias a su perseverancia e inteligencia las mujeres pudieron votar, convirtiéndose en ciudadanas.

Me emociona votar. Siempre que voy a votar pienso en Clara Campoamor, en su legado, en su historia y me siento orgullosa y a la vez agradecida. Campoamor fue la primera mujer en el mundo que defendió desde una tribuna parlamentaria el derecho al voto de las mujeres. Hoy las mujeres votamos porque otras mujeres lo lucharon antes, arriesgando su vida o perdiéndola, como la sufragista británica Emily Davison.

El día 12 de marzo de 2000 voté por primera vez. Lo hice en el colegio de mi infancia, aquel que me vió crecer. Había cerrado un ciclo, pensé. Al día siguiente lo recogí en mi diario y pegué la tarjeta censal como recuerdo. El otro día, según se aproximaba la fecha electoral, me acordé y revisé el diario, me removió. Cuando repaso estos documentos tan personales con la mirada del presente me ruborizo, descubro confesiones infantiles, pero a veces un acto tan sencillo como ejercer el derecho al voto, clasificado bajo llave como recuerdo, se transforma en un hecho histórico.
 

El sufragio es un derecho que condiciona otros derechos y ejercerlo me parece esencial. Considero que votar además de ser un derecho es un compromiso con la ciudadanía. Lo que se decide en las urnas puede cambiar el rumbo de una sociedad y eso es determinante para el destino de muchas personas. El feminismo debe marcar la agenda política si aspiramos a construir sociedades igualitarias. De esto va la política, de mejorar la vida de las personas, de garantizar los derechos fundamentales, el estado de bienestar. Va de justicia social, de cuidar la tierra, de igualdad de oportunidades, de dignidad. Solo el gesto de introducir la papeleta en la urna es un acto revolucionario, porque no siempre fue así, porque costó mucho que fuera una realidad. El derecho al voto de las mujeres fue uno de los hitos más importantes de la historia del feminismo. Por encima de las siglas está la defensa de los derechos humanos y el feminismo lucha por garantizarlos cada día. Debería estar en la agenda política sin cuestionamiento alguno.

Participar para transformar
Cuando me preguntan qué es la participación siempre digo que su propósito es la transformación social. Sin este horizonte la participación no tiene sentido. En esto la educación es clave. A las mujeres no nos educaban en la toma de decisiones. Se nos presuponía ignorantes, iletradas, manipulables. Al menos esas eran las razones que le daban a Clara Campoamor para negarnos el derecho al voto. Planteado así, el bucle de la paciencia hubiera sido eterno. Jamás hubiéramos podido votar porque siempre nos habrían visto como seres necesitados de tutela, incapaces de pensar y reflexionar por nosotras mismas. Ni siquiera se les pasaba por la cabeza que el derecho al voto estaba por encima de los partidos políticos, que la ciudadanía se aprende practicándola. Precisamente esa parte, la de ser ciudadanas es lo que no les cabía en la cabeza, porque la esfera pública se nos tenía vetada a las mujeres, porque el hogar era nuestro único púlpito para gritar en bajito. En la agenda del poder diseñada exclusivamente por hombres no estaba contemplado que las mujeres (más de la mitad de la población) formasen parte de la transformación de un país.

Así lo recordaba la diputada Clara Campoamor en sus discursos parlamentarios y que Isaías Lafuente recoge en su libro Clara Victoria: "Dejad que la mujer se manifieste como es, para conocerla y para juzgarla; respetad su derecho como ser humano, dejad que actúe en Derecho, que será la única forma que se eduque en él, fueren cuales fueren los tropiezos y vacilaciones que en principio tuviere".

De la película 'Las sufragistas', dirigida por Sarah Gavron, recuerdo frases que han pasado a la historia, similares a las de Clara Campoamor, y que también aparecen en el libro de Lafuente: La activista británica "Emmeline Pankurst se lo dejó claro al juez tras una de sus detenciones: "No deseamos vulnerar las leyes, sólo queremos hacerlas". Algo semejante a lo que Clara Campoamor diría a los constituyentes de la Segunda República: "No podéis venir a legislar sobre la mujer fuera de nosotras, no podéis hacer una democracia con la mitad de los ciudadanos"

Mis abuelas nunca me hablaron de lo que significó para ellas el sufragio. Creo que tantos años de represión y miedo durante la dictadura las incapacitaron para sentirse libres de verdad. En el fondo nunca se creyeron la libertad. Me da vértigo esta reflexión, pero también convencimiento de que la conquista del sufragio femenino fue una revolución política y social que heredamos de aquellas mujeres valientes, de mente brillante y de las que tomamos el testigo. "El único camino es avanzar".

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