Los patios de las mujeres



Mi madre soñaba con un patio cordobés. Lo que no sabía es que su casa ya lo era, sólo tenía que imaginárselo. Su piso, a cientos de kilómetros de la ruta de los patios, tiene rincones que guardan una similitud con esas casas del casco histórico de Córdoba y que, salvando las distancias, desean con todas sus fuerzas desprender el mismo aroma que las flores de esos pequeños oasis. A través de un viaje al sur mi madre ha conectado con el legado de otras mujeres, sus patios, un lugar privado y personal, que de manera desinteresada enseñan al mundo, convirtiéndose en todo un símbolo, y quizás también en una reivindicación.

Las mujeres de mi vida (mi madre, mi hermana y yo) hemos cerrado un círculo a partir de ese viaje para conocer la historia de otras mujeres a las que mi madre ha estado unida sin saberlo. Ellas nos han descubierto los patios, una parte esencial de la casa, el lugar ocupado históricamente por las mujeres. Su único lugar. El papel de cuidadoras también trascendía a esta estancia de la casa, una labor constante que heredarían otras generaciones de mujeres. Así se han conservado estos jardines particulares hasta nuestros días, gracias al trabajo diario de mujeres que hicieron del patio su resistencia. 

Quién nos iba a decir que gracias a la pasión de nuestra madre por las flores descubriríamos el Festival de los Patios Cordobeses, declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2012. Durante la primera quincena del mes de mayo algunas casas abren sus puertas de manera altruista para mostrar la belleza de sus patios y participar en un concurso municipal que data del año 1921. Es difícil tener preferido. La generosidad de estas familias hace de esta ruta una actividad tan personal que casi nos obliga a entrar de puntillas, con la sensación de invadir una intimidad que durante años ha querido ser compartida. Es inevitable recorrer los patios y visitar las casas de personas extrañas que nos reciben como si nos conocieran de siempre y no sentir pudor.

Los patios son lugares de risas y convivencia, de reunión y charlas, de descanso y paz. Los patios son el corazón de la casa que late gracias a las arterias de un pozo o de una fuente que luce a rabiar de alegría y que sobrevive al calor. Los colores en los patios son brillantes, huele a flores y el ruido del agua puede calmar las pulsaciones del estrés. Las prisas se quedan en el umbral de cada puerta. Los patios consiguen desbrozar la mente para que nos broten unas ganas terribles de quedarnos. En cada patio nos recibían mujeres orgullosas, sabias o con historias de otras mujeres que dejaron palabras para las visitas. Los patios son una alegoría porque las mujeres que los cuidan son salvadoras de sus raíces. 

Dejaron a las mujeres los patios porque la casa era cosa de mujeres. Su cuidado, la tarea de regar las flores, abonar la tierra o retirar las secas era cosa de mujeres, como el resto de cuidados. Sin embargo, las mujeres convirtieron los patios en memoria histórica. Gracias a mujeres como la historiadora del Arte, Ángela Laguna, los patios de Córdoba se explican con visión feminista a través de una ruta guiada. Lo cuenta la periodista Carmen Reina en su artículo para eldiario.es "Los Patios de Córdoba como espacio histórico de la mujer o una ruta con perspectiva de género". 

Nuestra madre llegó a entablar conversación con mujeres que se sentían muy orgullosas de sus flores, como ella de sus macetas del salón o de la terraza de la cocina, siempre tan bonitas, haciéndose fuertes en un contexto bizarro, junto a la caldera de gas y el escobero. A nuestra madre las plantas le dan la vida. Nos lo confiesa siempre que tiene oportunidad. La soledad es menos cuando se habla con las flores y al parecer contestan. Eso dice ella. Pienso en las mujeres de los patios y en su soledad a ratos, y en las veces que hablaron a las flores. Imagino esas conversaciones casi telepáticas, palabras a veces entrecortadas por la emoción, la rabia o el miedo que escaparon por el cielo del patio.

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