Las chicas están bien


Os contaría que un día tuve una pandilla de amigas cómplices. Os contaría que compartíamos cosas absurdas y divertidas, que trepábamos muros y nos moríamos de risa. Os contaría que los deseos de libertad y el vértigo a lo desconocido se imponían a la vergüenza. Os contaría que vivíamos aventuras, como en Los Goonies, esa película donde unos chicos descifraban mapas y vencían a los malos. Os contaría que éramos uña y carne, y que la amistad (en forma de granada) nos hacía invencibles. 

Os contaría, pero ahí lo dejo, en ese contaría, porque no lo puedo contar en pasado, porque nunca sucedió y porque en condicional suena a deseo. Quizás por eso me emocionó tanto la película de Itsaso Arana, 'Las chicas están bien'. La historia de estas cinco amigas en una casa de campo me removió, transportándome a ese condicional, al deseo, a lo que hubiera sido. 

Aunque quisiera no podría hacer spoiler de esta ficción de mentira. Digo esto porque las actrices conservan sus nombres y se abren en canal con temas tan personales que nos desgarran en un proceso de sanación comunitario. Son así de valientes. Es imposible contar el final de una historia que consigue hacer simples los temas universales, como el amor o la muerte, quizás porque destila humanidad o porque sencillamente no quieres que se acabe nunca. 

Bárbara, Irene, Itziar, Helena e Itsaso se reunieron durante unos días en un entorno rural, rodeadas de naturaleza, con el propósito (o pretexto) de ensayar una obra de teatro, pero la estancia traspasó la escena para convertirse en una reconstrucción. Quizás esa fue la idea desde el principio, hacer pedagogía de un encuentro, visibilizar los beneficios del acuerpamiento feminista para desprendernos de lo históricamente aprendido: las mujeres somos rivales, envidiosas, enemigas y malas por naturaleza.

Sin embargo, a los chicos siempre les veíamos en pandilla, arropados, como Los Goonies, divirtiéndose y viviendo aventuras. Se les justificaba ser gamberros, irreverentes y groseros. La fuerza del grupo era imparable. ¿Y la nuestra? Se nos negó la pandilla (la de la sororidad) porque así no. Tomar la calle, defenderse, ensuciarse, gritar, expresarse sin vergüenza, mojarse, mostrar espontaneidad, en definitiva, vivir experiencias, no era "cosa de chicas". A nosotras nos correspondía tener una mejor amiga, nuestra alma gemela, nuestra huella, nuestro paño de lágrimas, y ya. Las mejores amigas son una maravilla, hermanas de no sangre que sanan, pero siempre quise tener un grupo como el que nos presenta Itsaso Arana, una bocanada de libertad y conquista de lo público. 

En 'Las chicas están bien' se derriban mitos y estereotipos, se cuestiona la imagen del príncipe azul y se dan claves para la vida que dan ganas de escribir corriendo en un cuaderno. Como cuando Itsaso dice que el pánico en el escenario se marcha visualizando el camino a casa. Qué reconfortante, ya no solo para el teatro, es un salvavidas aplicable a cualquier contexto. Parte del guion son frases, conversaciones que nacen del interior sin querer con una sinceridad que apunta directamente a la empatía de las espectadoras. Me derrumbé o sané, no sé cómo explicarlo. 

En esta foto aparece mi madre con algunas amigas. Es una de mis favoritas. Os contaría que vivió eternamente ese momento, pero no. En plena dictadura, los mandatos sociales patriarcales arrancaban de raíz cualquier deseo. 'Las chicas están bien' es una oda maravillosa a la libertad que llega tarde para nuestras madres y abuelas, incluso para las mujeres de mi generación, pero que abre una ventana de esperanza a las generaciones de hoy que ya no comienzan la historia con un "os contaría".

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