El tren de la libertad


El 25 de noviembre tomé por casualidad el tren en la estación de 'El Cañuelo', en Soria, para dirigirme a Madrid. Salió así un viaje en tren que no estaba previsto, quizás por lo inesperado los planes cobran un sentido especial. No sé, pero el traqueteo que empezaba a sentir y que me parecía tan torpe se confundía con las cosquillas incipientes en mi estómago. En ese momento desee sacar el pañuelo morado de mi bolsa y contagiar de militancia a todo el vagón. Lo que sí conseguí fue traer al presente un recuerdo que permanecía en mi hipocampo activista.

De repente me vi envuelta en un contexto maravilloso, me imaginaba en uno de los vagones del tren de la libertad, cantando himnos feministas, riendo y haciendo planes. En ese tren, hace ya casi 10 años, un grupo de mujeres viajó desde Gijón hasta Madrid para reivindicar el derecho al aborto, un derecho que se vio amenazado por un anteproyecto de ley del gobierno popular. El tren de la libertad se llevó por delante las ideas retrógradas de un ministro conservador y con ellas, también se fue su cargo. Viajando en ese tren regional dibujaba mentalmente a las mujeres que aquel día, en aquel tren, pensaban en cómo las recibiría Madrid. Lo que no podían imaginar es que el tren se iba a convertir en todo un símbolo.

En otro tren, rodeada de gente anónima, me dirigía a Madrid ese 25 de noviembre, como si el reflejo de las comadres alumbrara la ruta. Ojalá estuvieran mis compañeras para convertir el viaje en su secuela. Eso me llevó a reconocer la importancia de la tribu y los beneficios de reivindicar juntas. Siempre me ha gustado el tren, da libertad de movimiento y el paisaje cruza nuestros ojos a otra velocidad, con más sentido. Las mujeres convirtieron el trayecto hasta Madrid en un acto político con el tren como aliado, símbolo de tantas cosas. 

Los trenes han sido reivindicativos por naturaleza. Que si exilios, que se huidas, que si despedidas casi siempre traumáticas, motivadas por la guerra, el hambre o la desesperación. Los trenes nos dedican imágenes que han sido inmortalizadas en el cine, en la música, en la literatura o en la memoria de los que ya no viven. Así son los trenes, tienen tanto carisma que la humanidad les respeta, tanto, que hasta se moviliza y grita en las calles para que el servicio ferroviario no desaparezca. De esta manera el tren en sí mismo se ha convertido en resistencia.

Por eso el tren de la libertad se quedó en nuestro imaginario para siempre, por su valentía y resistencia, porque las mujeres que viajaban en él defendían derechos y libertades, fruto de un feminismo que resiste los envites de un machismo que se reinventa y acomoda a los tiempos, siempre pendiente de las señales del dogma neoliberal. El tren fue el vehículo de una revolución imparable que recaló en Madrid para unirse a un movimiento mayor.  

El equipaje de aquel tren iba cargado de lecturas feministas, de filósofas, de escritoras, de derechos, de momentos históricos que cambiaron la vida de las mujeres. Ese tren lo fue todo. La mente me lleva a ese momento, a las imágenes del documental que recoge la historia, y no quiero bajarme de este tren, es como si mi fuerza estuviera unida a la de esa máquina atronadora que hace avanzar los vagones hacia la manifestación del 25N en Madrid. Entonces reconstruyo el trayecto Gijón - Madrid en mi propio viaje, salvando todas las distancias, y con tristeza pienso en el giro actual del patriarcado, patrocinado por el negacionismo de la violencia machista. El traqueteo que hace perder el equilibrio es señal de alerta, eso me recuerda a que los derechos son frágiles, a que nunca llegan a ser conquistados, a que los trenes también descarrilan.  

El machismo y sus secuaces solo podían hacer una cosa para hacer descarrilar el tren: negar la evidencia. Los negacionistas de la violencia de género han recogido la ignorancia social para formular su tesis, y lo peor, saben cómo penetrar en las mentes obtusas. Duele escuchar en el parlamento mensajes negacionistas, sobre todo por la gran irresponsabilidad que supone y las consecuencias fatales de los discursos que calan en personas jóvenes que están construyendo sus valores, como si de un plumazo pudieran borrar la historia, las ciencias sociales, la filosofía, los libros, las investigaciones, las teorías feministas. 

El tren (mi tren de la libertad) llegó a Chamartín. Ya en Gran Vía, en la manifestación, mujeres con máscaras y túnicas blancas caminaban con la misma cadencia con la que las familias acompañan a sus muertos. En vez de flores portaban carteles con los nombres de las mujeres asesinadas este año. No había terminado la manifestación y ya se estaban investigando más casos. El tren que necesitamos, el de las personas que lo pueden conducir, pasa de largo, y las mujeres vivimos muchas veces desamparadas e invisibles en una estación de tren fantasma.

Recorrí la Gran Vía arrastrada por una marea feminista que reivindicaba una agenda con temas prioritarios, como la violencia de género, la explotación reproductiva, la violencia vicaria o la abolición de la prostitución, pero a mí no me salía la voz, los gritos se quedaban bajitos porque la emoción me sujetaba la denuncia. La marcha terminó en plaza España, donde se leyó un manifiesto y los nombres de las mujeres asesinadas, y los de los niños y niñas, víctimas de la violencia vicaria. Duele mucho escuchar sus nombres, porque en realidad las vidas duelen más que las cifras. La lectura es lenta, interminable, punzante, insoportable, pero imprescindible, porque no estamos todas.

Todavía sigo con este nudo, atado a esa lista, y que me aprieta el estómago, un cosquilleo amargo que contrasta con el del traqueteo del tren saliendo de la estación de 'El Cañuelo' y que ese día soñó con el tren de la libertad.

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