No estamos para fiestas

El cortometraje de Verónica Echegui, Tótem Loba, me dejó pegada a la pantalla durante días. Me obsesioné con esta historia, me revolvió tanto que decidí guardarla por si un día la conectaba con experiencias similares hasta convertirlas en actos políticos. Y así ha sido. Este verano pienso en las fiestas patronales, en las de siempre, en las fiestas populares que cruzan los pueblos y ciudades de nuestro país y que viven cómodamente entre algodones patriarcales, bajo la atenta mirada androcéntrica.

En esta época estival en la que proliferan los festejos estoy reflexionando mucho sobre cómo en muchas de estas fiestas se legitima el poder masculino. Vuelvo al cortometraje de Echegui y como espectadora repaso cada detalle, analizando los valores machistas que impregnan cada secuencia y que bien podrían ser los de cualquier otra fiesta en circunstancias similares.  

En Tótem Loba la protagonista sufre un episodio de angustia, acoso y violencia, totalmente normalizado dentro de un contexto festivo. Las jóvenes del pueblo son sometidas a persecuciones durante la noche por parte de una manada de chicos, simulando ser lobos. Las tradiciones que dan un falso sentido a las fiestas son las encargadas de enterrar el miedo, la indefensión, la humillación y el dolor que padecen estas jóvenes. 

Todo el mundo calla, ellas acatan y los hombres que practican esta horrenda costumbre la justifican como si las tradiciones tuvieran un poder extraordinario, mientras el pueblo consiente. Este cortometraje es solo un ejemplo de otros tantos casos donde se legitima la violencia de género a través de las tradiciones, en nombre de la fiesta y de su continuidad.

Este verano, en uno de los periódicos locales, me llamó la atención una foto donde cientos de hombres se agolpaban en la puerta de los corrales para presenciar la salida de unos toros. A través de la fuerza de la imagen podía hasta escuchar los cánticos de aquellos hombres, con los brazos levantados, empujándose, impacientes por ver a los toros salir escopetados para sentir el riesgo y enfrentarse al miedo en una cuenta atrás envuelta en testosterona, competitividad, valentía, adrenalina, orgullo y tradición, donde no hay sitio para las mujeres. La imagen desprendía todos lo valores que encarnan algunas fiestas. José Luis García, doctor en psicología y especialista en sexología, lo llama "cosmovisión masculina" (de una parte importante de varones, porque no incluye a todos). Es imprescindible su artículo "Machismo, testosterona y los toros de San Fermín"

Es interesante reflexionar sobre la forma que tenemos de ocupar el espacio público, de cómo se desplaza a las mujeres y el rol que desempeñan en determinados eventos. En algunos festejos se instrumentalizan los animales para legitimar el poder masculino, como los toros, vinculados a ciertos ritos, y así hacer del duelo 'hombre - bestia' un espectáculo que como apunta García, "responde al mandato cultural imperante en nuestra sociedad y a un modelo de masculinidad dominante". 

Para analizar esta realidad es muy interesante el artículo del profesor Joan Sanfélix Albelda, 'Ritos de masculinidad: la construcción cultural de los hombres ibéricos en los festivo y en el ocio'. De nuevo me viene a la mente la foto y pienso en los valores que refuerzan un tipo concreto de masculinidad, "relacionado con la violencia, la humillación de otros/as, el maltrato animal, la ingesta de alcohol, la potenciación de la homosocialidad heterosexual...". En este artículo es clave el capítulo que aborda "el ocio como espacio de ritualización de masculinidad", que como explica Sanfélix "la valentía, la habilidad, la destreza, pero también, lo grupal, la camaradería, la cohesión y ciertas dosis de riesgo, dolor y violencia auto-infligida van a estar presentes en la validación de una masculinidad demostrada". Este tipo de festejos se convierten muchas veces en examinadores de "la virilidad", donde entra en escena la fratría y la complicidad grupal.

Muchas fiestas giran en torno a valores que refuerzan una masculinidad entendida desde el poder y la superioridad, donde hay hombres que se comportan como líderes absolutos de la fiesta. El consumo de alcohol, el uso de la fuerza y el poder grupal, son algunos de los elementos que envuelven los festejos y que justifican comportamientos agresivos, reforzándose los roles de género que se esperan en este contexto: riesgo, dominación, competitividad, gritos, fratría, fuerza... Se trata de dar continuidad a unas costumbres muchas veces no formalizadas, pero que se perpetúan porque pertenecen al universo de la masculinidad hegemónica. 

En algunos momentos de las fiestas las mujeres se sienten arrinconadas y condicionadas por unas normas no escritas que responden a ritos aceptados socialmente desde tiempos inmemorables. Seguro que muchas mujeres se reconocen en situaciones estresantes, violentas y desagradables, que han vulnerado su integridad, como le ocurrió a Estíbaliz, la protagonista de Totem Loba. Ha llegado la hora de que las fiestas cambien de raíz.

(*) Fotograma del cortometraje Totem Loba.

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