La soledad de la protagonista es tan sonora que sus gritos nos interpelan. Nos sale llegar a ella, acompañarla, abrazarla, conquistar ese juzgado y decir en voz alta: “Yo sí te creo”. Ni una amiga, ni un familiar, ni una vecina. Miren se ve aislada, pero esta circunstancia no es algo casual, responde a un desenlace anunciado. Su maltratador la redujo a islote desde el primer día de convivencia.
A lo largo de cuatro episodios se escribe una historia con un proceso judicial en el centro que nos deja sin respiración. El asterisco que sucede a cada uno de ellos es una llamada de atención, un obligado giro de cabeza para centrarnos. Solo entenderemos la historia si mantenemos la perspectiva de género de principio a fin. Si no repasamos bien las aristas (los asteriscos) que hay detrás de cada verbo nos quedaremos en la superficialidad y os aseguro que habremos fracasado como espectadores.
Mentir*: El asterisco es el porqué. Se miente por vergüenza. Se miente por miedo. Se miente porque mostrarse vulnerable duele mucho. Es complicado y difícil de explicar, pero se miente porque el instinto de protección nos lleva a ocultarlo.
Perder*: Miren perdió la credibilidad, la autoestima, la paz, el dinero, el tiempo. Miren hace algo tremendamente difícil que es reconocerse como víctima, y el redoble de tambores es intentar que la crean en un contexto familiar patriarcal y encorsetado con todo en contra. El asterisco de perder es que también se gana.
Ruiz de Azúa disecciona a la perfección el organismo de la familia patriarcal. El hogar se presenta como una trampa, el refugio endiablado donde se blanquea la violación, la agresividad, la luz de gas, el terror, la violencia económica y ambiental, en definitiva, la violencia de género. Sin moratones, sin bofetones, sin puntos de sutura, solo tenemos la palabra de la víctima. El dolor es mucho más profundo porque es invisible e indescriptible. Por eso es tan necesario el asterisco para comprenderlo.
A lo largo de cuatro episodios se escribe una historia con un proceso judicial en el centro que nos deja sin respiración. El asterisco que sucede a cada uno de ellos es una llamada de atención, un obligado giro de cabeza para centrarnos. Solo entenderemos la historia si mantenemos la perspectiva de género de principio a fin. Si no repasamos bien las aristas (los asteriscos) que hay detrás de cada verbo nos quedaremos en la superficialidad y os aseguro que habremos fracasado como espectadores.
Querer* escuece. Sobre todo los hombres no deberían pasar por alto esta serie, porque les interpela, les lleva a una situación incómoda que les obliga a posicionarse y lo más difícil, a reconocerse. Normalmente, suelen mirar hacia otro lado, no empatizan con las víctimas o se defienden declarando "not all men". No sería responsable restar ni un ápice de credibilidad a un trabajo, que por primera vez aborda el tema del consentimiento desde la raíz, poniendo el foco en el agresor. Ruiz de Azúa elige la sobriedad con asteriscos, una narración inteligente y compleja, que evita mostrar los hechos delictivos, precisamente porque es el testimonio de la víctima lo que se cuestiona (lo de siempre), y esa es la única evidencia que retrata. La directora reconocía en una entrega de premios que Miren no existía, pero que había muchas Miren. Así es.
¿Qué esconden los asteriscos?
Cada episodio viene encabezado por un verbo. De forma breve voy a reflexionar sobre ello sin hacer spoiler:
Querer*: Solo hay una forma de querer: querer bien. Son tantos los mitos, los refranes y las creencias que han alimentado la falacia del amor romántico. El asterisco es ese hombre que convive con Miren, su marido desde hace 30 años. Un hombre que dice que la quiere. Sin embargo, Miren tiembla cuando escucha su voz, siente su cuerpo o reconoce su aliento. El asterisco es enorme.
Mentir*: El asterisco es el porqué. Se miente por vergüenza. Se miente por miedo. Se miente porque mostrarse vulnerable duele mucho. Es complicado y difícil de explicar, pero se miente porque el instinto de protección nos lleva a ocultarlo.
Juzgar*: ¿Cuándo no lo ha estado? La víctima parece el verdugo de un pobre hombre cuya única misión era “salvar a su mujer”, “desequilibrada y dependiente”.
Perder*: Miren perdió la credibilidad, la autoestima, la paz, el dinero, el tiempo. Miren hace algo tremendamente difícil que es reconocerse como víctima, y el redoble de tambores es intentar que la crean en un contexto familiar patriarcal y encorsetado con todo en contra. El asterisco de perder es que también se gana.
El episodio del juicio es magistral. Algo que ocurre con frecuencia es que la víctima parezca culpable. ¿A quién se juzga realmente? Al final la culpabilidad es como un banco de niebla, y es ella la que tiene el problema, la tara, la locura, el fallo, la voladura, la maldad. Se presenta como mala mujer, mala madre, mala hija, mala todo.
La denuncia de Miren es un asterisco con una nota a pie de página tremenda. Si una mujer no denuncia es que tenía que haber denunciado, y si denuncia que cuáles son las pruebas, y que si es falsa, y que pobre hombre, y que si su carrera. Entonces, ¿Qué hacemos? Silencio. Querer* se entiende con asterisco porque las hebras aparecen enredadas de principio a fin. Siempre fallamos, aunque vayamos al dictado del sistema, nunca lo hacemos bien. Ahí está la trampa. Nos deshumanizan, así es más sencillo robarnos la vida y que nuestra palabra importe nada, igual que el consentimiento.
Ruiz de Azúa disecciona a la perfección el organismo de la familia patriarcal. El hogar se presenta como una trampa, el refugio endiablado donde se blanquea la violación, la agresividad, la luz de gas, el terror, la violencia económica y ambiental, en definitiva, la violencia de género. Sin moratones, sin bofetones, sin puntos de sutura, solo tenemos la palabra de la víctima. El dolor es mucho más profundo porque es invisible e indescriptible. Por eso es tan necesario el asterisco para comprenderlo.
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