Por vocación

De niñas aprendimos a que el amor lo podía todo, que con amor, dedicación y entrega todo era posible, incluso el trabajo. La vocación ha blanqueado condiciones laborales precarias. En nombre de la vocación se han silenciado injusticias, se han vulnerado derechos, se han asumido riesgos y se han enmascarado funciones que no tocaban. Sin embargo, la vocación no lo soporta todo, porque no es justo, porque no es profesional, porque no hay reconocimiento. En nombre de la vocación se han romantizado laborales históricamente feminizadas para colarnos extras, pero sin compensación económica. En definitiva, lo que por ser mujeres nos ha ocurrido toda la vida.

Las mujeres, nada más nacer, parece que obtenemos el título de los cuidados, como si nos implantaran un microchip para toda la vida. Por eso, estas profesiones no tienen el peso que deberían, a pesar de la dificultad en la ejecución del trabajo, ya que se interviene con personas vulnerables o en riesgo de exclusión, con historias de vida tremendas. Se da por hecho que todos los riesgos y el sobreesfuerzo van con el puesto, y no, sin inversión no podemos hablar de un trabajo digno. Nuestros cuerpos no pueden ser un escudo birrioso, subvencionado por un sistema que privatiza y precariza el ámbito social. 

El otro día escribía una carta a la directora de 'El País', y que reproduzco a continuación, reflexionando a raíz de un suceso que no es un hecho puntual. Se trata de una realidad silenciada que por desgracia ha ocupado estos días la agenda mediática: la brutal agresión y asesinato de la educadora social Belén Cortés en su puesto de trabajo.

El sistema nos quiere de parcheadoras. Si quisiera mejorar las vidas de las personas dedicaría recursos y una gestión operativa, en consonancia con la defensa de lo público. Y no es así. El neoliberalismo necesita al sector social para solventar conflictos sociales que ¡oh, sorpresa! el mismo neoliberalismo fomenta, como la pobreza o la desigualdad. La justicia social no está precisamente en su agenda de prioridades. Es más fácil poner muros de contención, incluso utilizar medidas punitivas, antes que implementar un proyecto social fuerte que defienda los derechos humanos. Cada vez que un líder defensor de las políticas neoliberales, aliadas del sistema patriarcal, habla en alto, el Estado de Bienestar tiembla. 

En pleno siglo XXI, los recursos para edulcorar, blanquear y justificar recortes son infinitos. Manosean el lenguaje para intentar convencer a la ciudadanía de que sí se preocupan de las personas, cuando en realidad solo importa el enriquecimiento económico. Por eso llaman vocación a una prologación del papel tradicional de las mujeres en la familia, una artimaña muy rentable que nace en los años cincuenta del siglo XX. Lo que denomina la trabajadora social y antropóloga social, Tomasa Báñez Tello, "maternidad social". Su artículo "El trabajo social como profesión feminizada" es imprescindible para conocer el origen de la feminización del sector social y de cómo "la escasa valoración social de estas actividades no depende de su valor intrínseco, sino de que las hacen las mujeres". 

En la actualidad, estamos asistiendo a una dinamitación de la estructura social con la externalización de los recursos y la precariedad del trabajo, dejando en manos de empresas privadas la intervención social. El plan es perfecto cuando siendo un sector feminizado el sistema se aferra a la reproducción de los estereotipos sociales de género para mantener sin despeinarse la falta de reconocimiento y la infravaloración del sector social. De esta forma se normaliza trabajar horas de más, cobrar menos, asumir riesgos, soportar situaciones de estrés, etc. Todo esto se presupone porque "todo es obra del amor, de la entrega, de la acogida, todo lo que es servicio desinteresado al prójimo, encuentre un lugar natural en la vocación femenina". 

Mujeres, la vocación es un gran invento. Es hasta obsceno ver cómo se reinterpreta para complacer al sistema, recubriéndola de "funciones innatas que no se consideran meritorias". Como apunta Báñez Tello, "estas asimilaciones pueden conllevar la falta de visibilidad y la desvaloración de las ocupaciones que resultan tipificadas como femeninas, algo que ocurre en el caso de las profesiones del ámbito social".

Cuando decimos que Belén somos todas es que somos todas, porque es un sector ocupado mayoritariamente por mujeres, porque no es casualidad, porque no es un caso aislado, porque nos atraviesa la precariedad, porque hemos hecho cosas por encima de nuestras posibilidades, porque hemos sido obedientes, complacientes y nada rebeldes, porque nos han aleccionado desde niñas precisamente para eso, para sacrificarnos en nombre del amor, de la vocación, de la familia, de los cuidados. 


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