El vínculo

Mi abuela Felisa decía que un dolor quita otro dolor. Y estaba en lo cierto. Cuando te ronda una mínima preocupación, llega otra más grande y la sustituye. El dolor no se acumula, el anterior actúa de cicatrizante para que el alma pueda medir el daño que es capaz de soportar. He experimentado situaciones duras en esta vida, pero sentir cómo arrancan de cuajo un vínculo de manera deliberada ha sido de lo más cruel. Jamás pensé que un vínculo fuera tan indestructible y a la vez tan doloroso, precisamante porque es capaz de despojarnos de la coraza y de revelar nuestra fragilidad para humanizarnos. Qué misión más arriesgada y apasionante a la vez. Vivir intensamente. 

Mi hermana ha sido madre de acogida, por lo tanto yo he sido tía de acogida y nuestra madre, abuela de acogida. Poco a poco se fue tejiendo un amarre invisible, pero titánico, entre nuestra familia y unos niños que necesitaban una vida propia. Pasó el tiempo y el ancla se hizo poderosa, invencible, capaz de conquistar un futuro lleno de oportunidades. La dignidad, el amor y los cuidados iban alargando una trenza que se prometía casi infinita porque la felicidad y el bienestar de los niños podían vencer cualquier obstáculo. 

La Ley de Protección a la Infancia insiste en defender el interés superior del menor. Nadie podía presagiar que este deseo, el de ser feliz, el de tener un futuro, el de disfrutar de una vida digna se truncara porque la Administración, en este caso la Comunidad de Madrid, no defendiera precisamente esto: el interés superior del menor. Su plan perverso, deliberado o no, ha comprometido la vida de dos menores, sin ruborizarse y reconociendo "la chapuza" en el procedimiento. 

La Administración ha retorcido el programa de acogimiento permanente para llevarnos a un desenlace traumático y deshumanizante. La suma de negligencias ha causado mucho daño, pero el peor, el más terrible ha sido la vulneración del vínculo. Y os prometo, que no había visto en la vida algo tan cruel y grotesco. Cuando a unos niños les comunicas (porque nadie de la Adminitración lo hizo) que ya no van a vivir con su familia de refencia, que en menos de un mes serán arrancados de los brazos de sus acogedores porque la Administración no ha hecho bien su trabajo, porque jamás tuvieron presente "el interés superior del menor", el cielo se rompe y no hay consuelo para una niña que reivindica entre sollozos su derecho a ser escuchada.

Ojalá la hubieran visto aquellos que dijeron que la Administración no recurría estos casos. Ojalá hubieran estado allí, en esa habitación de su hogar de acogida, contestando a todas las preguntas que la niña se hacía a grito pelado. Qué cobardía. Creo que es de cobardes atentar contra el vínculo. Pero, ¿y si no es un hecho puntual? ¿Habrá más menores en esta situación? ¿Habrá más familias de acogida maltratadas institucionalmente? Cómo va a haber así familias de acogida. Que se ahorren las campañas de marketing y que hagan el favor de revisar su propio trabajo, las políticas de protección a la infancia, los recursos invertidos en las mismas y el cumplimiento de los protocolos, porque decidir en las vidas de niños y niñas es muy delicado. 

El vínculo no es una cinta de inaugurar ferias que con unas tijeras se rasga. El vínculo es un lazo misterioro, casi místico e inexplicable que va ligado a los cuidados, a sentirse queridos, a la validación, a la seguridad, a un buen estado emocional y mental, a la paz, a sentirse a salvo, protegidos, sin miedo al abandono, sin incertidumbre, sin temores nocturnos, sin sufrimiento. El vínculo no se corta, ni desaparece porque una Administración lo diga, ni lo repita mil veces. El vínculo se construye, se alimenta y se refuerza con el tiempo, no se consigue en un abrir y cerrar de ojos, no es un chasquido de dedos, ni una decisión judicial. La Comunidad de Madrid ha herido con su mala praxis un vínculo entre la familia de acogida y los niños. El dolor que ha provocado no se puede medir en cicatrices porque no hay cuerpo que lo soporte. 

Mi hermana se pellizca por si puede despertar de esta pesadilla. Es tan profundo el dolor que no es capaz de poner nombre a todo lo que ha ocurrido: a la deshumanización, a la instrumentalización, a la dejación de funciones, a la indefensión, a la desidia, a la violación de protocolos. Estamos desconcertados, intentando procesar el despropósito y buscando palabras a este delirio. El vínculo duele tanto, tanto. Qué vulnerables somos cuando el vínculo sufre, cuando nos amputan las raíces que nos mantienen erguidos. Un día dejaremos de ser humanos porque ya nada tendrá sentido. 


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