Mi madre, el todo por amor


Mi madre nació en un pueblito de Segovia a mediados del siglo XX. La montaña fue su única protectora en aquellos primeros años de dictadura, aunque a veces, en días de tormenta, los truenos eran tan fuertes que desconcertaba. Mi madre fue a la escuela a ratos, nadie veía importante esforzarse en eso, con saber las cuatro reglas bastaba. Mi abuelo aprendió de niño más que mi madre. Sabía de cuentas, leía y hasta recitaba poesías. Eran otros tiempos, la República. Tiempos que jamás volvieron para mi madre.

Os podría narrar calamidades, penurias y episodios sobrecogedores. Mujeres maltratadas por sus hermanos, padres y maridos, mujeres que se casaban a la fuerza "por juntar tierras", mujeres violadas en el campo mientras cuidaban de las ovejas, mujeres que se quedaban embarazadas y eran repudiadas por su familia, mujeres que emigraban a la ciudad "para servir" y "el señorito" abusaba de ellas, mujeres que callaban "porque siempre había ropa tendida", mujeres que rompían el hielo de la reguera para lavar, mujeres putas o santas, mujeres que morían en los partos, mujeres que cuidaban, niñas que renunciaban a serlo, mujeres señaladas y humilladas públicamente, mujeres que se casaban para servir a la familia del marido, mujeres que en el confesionario tenían que verbalizar a petición del sacerdote "cuántas veces hacían uso del matrimonio", mujeres escondidas, mujeres sin sonrisa, mujeres de negro. He visto fotos con la pena de sus protagonistas grababa en el papel amarillento.

Mi familia materna dio muchos tumbos hasta llegar a Madrid. Cerró la puerta de la casa del pueblo y emprendió un reto nómada: sobrevivir. Recorrieron varios pueblos de la sierra siguiendo un camino imaginario de migas de pan que les llevaría a la capital. Mi abuelo vio en la fábrica una salida a la pobreza del pueblo, así que se asentaron en Madrid.

Con mucho esfuerzo se instalaron en la gran ciudad. Después de un tiempo y varios trabajos mi madre y mis tías se colocaron en un laboratorio farmacéutico. Fue una época que mi madre recuerda con mucho cariño, donde nacieron amistades que aún conserva, a pesar de las sombras que ella misma relata, de sí misma y de otras compañeras. La falta de libertad se triplicaba para las mujeres: la vida al dictado de la sección femenina, sin cuenta bancaria, con límites estrictos, con sentimiento de culpa, de inferioridad, sin independencia, con la censura moral repasando cada movimiento (vestuario, gestos, aspecto, relaciones, comentarios, actividades), con miedo, sin voz ni voto y con la única misión de casarse y tener hijos, de complacer al hombre. Era como seguir una ley no escrita, que todas las mujeres debían cumplir y que se titulaba "todo por amor". Fin de la historia. Digamos que la vida para la mujer acababa en ese momento para ocuparse de todo lo demás, para convertirse en la sombra. Y nos lo creímos.

El "amor" lo justificaba todo. También mi madre dejó su trabajo en el laboratorio farmacéutico para volver al pueblo y casarse con mi padre. Mi padre no estaba dispuesto a emigrar a la ciudad, así que mi madre lo dejó todo "por amor". Alquilaron una casa que se caía a trozos, una tenada y comenzaron a cuidar un rebaño de cabras en uno de los pueblos más minúsculos de la sierra de Ayllón, en condiciones durísimas. Eso sí, todo por amor.

Esto me lleva al capítulo del libro de María Sánchez "Tierra de mujeres", en el que habla de su madre, y con el que me siento muy identificada: "Mi yo adolescente no entendía cómo mi madre se había convertido en una perfecta ama de casa, a la sombra de mi padre, siempre ahí por y para nosotros. [...] Hoy soy consciente de que es injusto y falso pero necesito escribirlo porque entonces lo pensaba así. Y creo que nos ha pasado a muchas hijas con nuestras madres. Por eso el feminismo ha sido tan importante para todas las mujeres de mi generación. Porque se ha convertido en unas manos decididas y nada temblorosas que nos han quitado sin miedo la venda que teníamos en los ojos y nos han enseñado a mirar más allá, a cambiar el punto de vista, a echar abajo los cimientos y las verdades que teníamos como absolutas".

Mi madre tardó varios años en encontrar su sitio en Madrid y un segundo en perderlo. Dejó su trabajo y con el dinero de la liquidación compró un "Citroen dos caballos" para el campo. Cambió su uniforme en el laboratorio por las botas de agua y la ropa de faena. Se cortó el pelo y comenzó una nueva vida junto a mi padre, llena de imprevistos, riesgos, penurias y jornadas de trabajo interminables. De aquella época no tiene ni una sola foto, porque "no había dinero para carretes". De aquellos años me ha contado pinceladas, de mujeres que siempre estuvieron a su lado, alentándola, del frío que pasaban en el monte, del apego que sentían hacía los animales, de las noches en vela cuidando de las cabras recién paridas, de no querer tener hijos en esas condiciones, de soportar comentarios machistas precisamente por no tenerlos, de escuchar a Gloria Fuertes en la radio. Y así cuatro años. Eso sí, todo por amor.

No me atrevo a preguntarle más cosas sobre aquel tiempo porque viajo a esa etapa de su vida y me duele. Ahora tengo las respuestas, como dice María Sánchez. Escucho mujeres de la generación de mi madre reflexionando sobre la decisión de casarse, de ser madre. "Ay, si pudiera dar marcha atrás...", dicen algunas. "El todo por amor" ya no les vale, algo ha hecho click en sus cabezas. Ha germinado el amor propio. ¿Cómo? Gracias al feminismo. Descubrirlo es liberador.

Mi padre fue un hombre bueno. Nos quisimos mucho. No es fácil nacer y educarse en una sociedad patriarcal, con unos valores machistas, mecidos por la mano del nacional catolicismo. Mis padres sin querer también lucharon a su manera contra esos valores, sin darse cuenta fueron sorteando las contradicciones y las dificultades de un sistema injusto, sobre todo para la mujer. Todo el empeño de mis padres era que mi hermana y yo estudiáramos, que fuéramos independientes, que no tomáramos como válido "el todo por amor".

Ahora mi madre es "soy sola". Ha aprendido a vivir de otra manera, a relacionarse de otra manera, a quererse de otra manera, a tejer una red de sororidad. Se ha convertido en nuestro referente, y como dice María Sánchez, "mi madre ha sido ese resplandor entre la oscuridad".


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