La madre confinada se ha fabricado una vida para protegerse del monstruo. Ha construido una trinchera con paños de ganchillo y plantas trepadoras. Ha racionado la comida, el detergente y hasta los libros, porque en esta vida los bienes son escasos. Por eso lee a trozos, se evade a veces y relee lo que ha olvidado, así la lectura se extiende y gana tiempo. Las digresiones son vidas. El tiempo ahuyenta al monstruo.
La madre confinada ve la televisión lo justo para que el miedo no llegue a la raíz y lo pudra todo. Escucha la radio lo imprescindible, así protege a la mente del drama constante, el monstruo es muy cínico e intenta reventar las emociones desde dentro. Sin embargo, en la otra vida se acostaba con la radio y se despertaba con ella. La madre de la madre hacía lo mismo.
La madre confinada no contacta con otras vidas, solo escucha su voz, el resto de sentidos los tiene callados para no provocar la ira del monstruo. La madre ha desarrollado una comunicación encriptada con línea directa a la vida vecina que puede visitar, la invisible, allí recibe mensajes de sus muertos que son almas, y les habla, y les cuenta, y se desahoga, y les invoca.
La madre confinada pasa en solitario las horas de esta vida prefabricada. Utiliza el jabón que ella misma elabora para lavar y lavarse, y líquidos desinfectantes caseros que eliminan el rastro del monstruo. En la nueva vida se ha implantado la autosuficiencia como modelo económico. Limpia los objetos siguiendo un protocolo que ella misma se ha impuesto, en el mismo orden va repasando los suelos, los pomos de las puertas, las encimeras, los muebles. Siempre hay polvo, es como si los únicos vivos, la madre y las plantas en realidad no fueran los únicos.
La madre confinada no ve crecer las hojas, ni las flores, ni los tallos, observa esos cuerpos verdes y tersos con tanta intensidad que no percibe su desarrollo, le preocupa perder la empatía con sus compañeras de vida. De vez en cuando abre la ventana para respirar, sentir el viento, el granizo, la lluvia o el sol, la primavera es lo que tiene, es cambiante.
La madre de la madre decía: "Cada uno en su casa y dios en la de todos" y va a tener razón. El monstruo es muy virulento con las madres de las madres, por eso es tiempo de pensar en el eco de su sabiduría, esas palabras que pasaban de largo y que ahora, en el vacío de esta vida prefabricada, cobran todo el sentido.
La madre confinada repasa cada día la agenda de papel de números grandes que no se corresponden con el año, en realidad la madre solo la utiliza para anotar los cumpleaños. Este almanaque atemporal es una referencia un tanto falsa, pero le ayuda a programar su vida prefabricada. Con esta agenda tiende la mano a personas que echa de menos y que todavía cumplen años, hay otras que han dejado de cumplir y sin embargo permanecen en la agenda, qué duro es tachar los nombres de un calendario sin año.
La madre confinada escucha la canción Resistiré cada día y piensa que con esa canción no se enamoró, en ese momento comienza un viaje interior al septiembre de unas fiestas donde se bailaba pegado y era tan hermoso. Casi llora con ese hurgar en lo íntimo y se detiene, frena el final del verano y vuelve al protocolo que ha diseñado para desinfectar su nueva vida, no puede dejar ni rastro del monstruo, sin embargo, los fantasmas son otros.
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