¿Qué le dirías a tu yo de 12 años?



Hablemos claro, nadie nos enseñó lo que eran esas cosquillitas que de repente partían de ahí abajo y recorrían todo el cuerpo. Nuestro placer estaba tan oculto que era imposible dar con él, de hecho pensábamos que ni existía, que era un cuento precioso protagonizado por las chicas de Sensación de Vivir. El clítoris era un personaje de ficción, que debía de pertenecer a otras, porque por aquí nadie lo había visto. Las mujeres éramos barquitos a la deriva, aislados en un ancho mar de dimensiones infinitas y no sé en vuestro caso, en mi caso condicionada por unos valores católicos que a veces chocaban, se revolcaban o asentían, y el lío ya estaba hecho. La vida era otra cosa y aquella gente, la que nos metía el miedo en el cuerpo, todavía no se había enterado.

Nuestra sexualidad ha sido una amenaza para el patriarcado, cosida a nuestro cuerpo como una coraza pecaminosa y tentadora, por lo que siempre se ha empeñado en controlar, castigar y apropiar. La libertad sexual de las mujeres ha sido cercenada en púlpitos, en nombre de dios y en nombre de los hombres, atravesada por un discurso androcéntrico, cínico y misógino, y así por los siglos de los siglos. No olvidéis que dios creó al hombre, a su imagen y semejanza, y que de su costilla salimos nosotras, las mujeres. Y ya sabéis de dónde viene el pecado original y lo que significa, bla, bla, bla. 

Este ha sido un caminar, o un navegar en solitario, difícil y lleno de obstáculos, parecíamos exploradoras en un mundo que no estaba pensado para nosotras, un lugar hostil y gris. La única obsesión del sistema era que nos quedásemos embarazadas, pero a su debido tiempo, porque un embarazo no deseado no estaba en sus planes, se presentaba como un fracaso. Era vivir constantemente en un trapecio, aguantando el equilibrio, sin caerse, sin dudar, cuánta angustia y cuánta presión, mientras los chicos se movían con total libertad. A eso se limitaba nuestra educación sexual, a ver pasar por delante de nuestros ojos la doble moral. 

No conocíamos nuestros cuerpos, ni nuestras mentes, ya que siempre han estado supeditados a la anatomía masculina, hasta nuestros órganos sexuales tienen nombre de varón: las Trompas de Falopio. "Somos cíclicas", repetían una y otra vez las ponentes del congreso de educación sexual feminista Menstruita Power. Precisamente esa es la grandeza de la menstruación, entender el ciclo menstrual nos da las claves para comprender nuestro cuerpo, algo que se escondía, mitificaba y denostaba. 

Cuántas veces hemos escondido la compresa como si fuéramos contrabandistas. Cuántas veces hemos callado y ocultado. Cuántas veces hemos sentido vergüenza y miedo, trazando planes minuciosos para que no se notara, para evitar una mancha de sangre, un yo qué sé, íbamos al detalle. Vivíamos la menstruación con presión y negatividad, como si fuera una enfermedad que hubiera que ocultar. Qué injusto, pienso en toda la sabiduría de nuestro cuerpo echada a perder por la mirada perversa del patriarcado.  

Y cuando echo la vista atrás veo a esa niña en posición de huida, vulnerable, acomplejada, introvertida y en un mar de contradicciones, con el lastre de la dependencia emocional y la falta de redes. Èlia Fibla, la creadora The Craft Academy y una de las ponentes de Menstruita Power, nos dijo que cuando nos ponemos ante el espejo se nos revuelve la vida por dentro, que es desagradable, pero a la vez curativo. Las heridas emocionales que se originan en nuestra infancia se somatizan a través de los comportamientos y es el momento de hacer las paces con nuestra niña interior. 

Es un ejercicio revolucionario y generoso. Mantener la mirada frente al espejo duele. Hablar con la niña interior es despojarse de las corazas y destrozar un mundo que habíamos construido a conciencia para sortear lo mejor posible las mal dadas de la vida, un mecanismo de defensa demasiado caro.  

Cristina Torrón, la creadora de Menstruita, dice que "cuando nos vamos haciendo mayores y miramos a la niña que fuimos, muchas veces deseamos volver con ella para abrazarla y explicarle las cosas que hemos aprendido, queriendo evitarle dudas y sufrimiento". 

El perdón llega cuando llega, sin prisa, conscientemente, porque cuando descubrí no hace mucho que lo "personal es político" me di cuenta de que la vulnerabilidad, la culpabilidad y las inseguridades no eran algo privado, todas sentíamos algo parecido, pero no hablábamos de ello, porque pensábamos que venía de serie, que nos lo teníamos que quedar. Jamás nos planteamos que el mundo estaba equivocado, que existiera un sistema patriarcal que nos quería vulnerables y aisladas, llevadas por el viento de la religión y la construcción social que tenía deparada para nosotras. Éramos vírgenes inocentes y obedientes, que ni oían, ni veían, ni hablaban demasiado, ni pensaban, ni descubrían, ni exploraban, ni imaginaban.

Éramos las hijas perfectas del patriarcado. Las otras, las rebeldes, las desobedientes, las "malas", las promiscuas eran reprobadas socialmente, y así nos lo hacían saber: las unas y las otras. Nos querían divididas, controladas y acríticas, el sistema patriarcal se esforzaba en socializarnos para que así fuera. Os he mencionado antes el pecado original, ¿verdad?

No sé cuándo fue la primera vez que escuché la palabra sororidad, pero en cuanto conocí su significado todas las piezas empezaron a encajar. El patriarcado nos quiere entretenidas, compitiendo entre nosotras, aisladas, débiles, inseguras y vulnerables, pero con lo que no contaba era con la fuerza del vínculo femenino. Cuando las mujeres nos juntamos es magia, solo hay que recordar las manifestaciones del 8M.  

"Porque la educación es la base de nuestra revolución", ojalá hubiéramos tenido a Menstruita en aquel momento para abrazar a la niña de 12 años. 


(*) Ilustración de Cristina Torrón 

Comentarios

  1. Genial!!! El otro día, después de ver la charla de Ana Salvia sentí eso de "como me hubiera gustado saber esto a los 12 años". Más vale tarde pero... hay que enseñarle al mundo lo que sabemos! No más mutismo, abajo el patriarcado!!!

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