Qué ilusión me hizo ver la carpeta forrada con la foto de la Selección Española de Fútbol. Tendría unos 13 años y unas ganas locas de pegar el poster en mi carpeta, de ponerla a punto cuanto antes para que todo el mundo la viera. Me enganché al fútbol por mi padre, un apasionado del deporte, veíamos los partidos importantes en la tele del salón del piso viejo y los fines de semana repasábamos la quiniela.
En el pueblo, los recuerdos de la infancia siempre van ligados a los partidillos de fútbol en verano, cuando las puestas de sol pitaban el final. Mi hermana y yo hacíamos equipos con los primos y jugábamos en el prao del tío Berna y en el becerro, un campo de fútbol silvestre a los pies de la montaña, con porterías de hierro y la que improvisábamos a mitad del campo con dos piedras para acortar, porque nos parecía inmenso.
Sin embargo, en la escuela nunca llegué a jugar con mis amigas al fútbol, el patio era para ellos, siempre ocupaban el campo de atrás para echar partidos, y los balones volaban veloces y teníamos miedo de que nos fueran a golpear la cabeza, corríamos de una esquina a otra del patio, huyendo de los balonazos y de las miradas directas, en realidad teníamos miedo de querer jugar al fútbol.
En la adolescencia era fiel seguidora del Real Madrid, con bufanda del equipo y posters de mis jugadores favoritos, pero poco a poco dejó de ilusionarme. Al principio pensé que había perdido interés por el fútbol, con el tiempo me di cuenta de que lo que verdaderamente no me interesaba eran los jugadores, no me identificaba con ellos, no me veía reflejada en su juego, ni en su actitud, ni en sus celebraciones.
Un día me preguntaron que por qué ya no me gustaba el fútbol, con lo que me había apasionado en mi niñez y juventud. Pues la respuesta está en el documental "Un sueño Real", donde un equipo femenino de barrio, 'C.D. Tacón', se hace grande, un proceso apasionante que habla de fútbol, pero también de cómo los valores feministas dejan en evidencia las costuras de un deporte cargado de machismo y estereotipos. "Mamá, ¿por qué no hay cromos de chicas?", con esta pregunta comienza el documental, y entonces todo cobró sentido.
A lo largo de cuatro capítulos se narra el viaje de unas jugadoras hacia un sueño que algunas tenían desde niñas: jugar al fútbol como profesionales, jugar en el Real Madrid, un sueño que finalmente se convirtió en un objetivo. Según iba viendo el documental me daba cuenta de que las mujeres de mi generación ni siquiera soñábamos con ello, lo pienso y me recorre un escalofrío.
Ni siquiera nos planteábamos la posibilidad de jugar al fútbol en serio, ni siquiera las mujeres pioneras en este deporte, de los años 60 y 70, que tuvieron que aguantar comentarios machistas, insultos y preguntas ofensivas en el campo por parte de los periodistas, lo creían de verdad, porque el fútbol lo teníamos directamente prohibido, vetado, hasta contraindicado. A las mujeres no nos tomaban en serio. El fútbol era territorio exclusivo de los hombres, nos lo recordaban continuamente, y claro, de aquellos barros estos lodos.
Ha costado tanto llegar hasta aquí que a veces, cuando por fin estamos en el lugar que nos corresponde, pensamos que a lo mejor no nos lo merecemos, que no somos lo suficientemente buenas. Arrastramos el peso de la responsabilidad y un profundo sentido del deber, por ser mujeres, por llevar sobre nuestras espaldas una carga llena de estereotipos machistas. Por eso afloran las inseguridades, el sentimiento de culpa, de inferioridad, las dudas continuas y un nivel de exigencia que nos sobrepasa.
Este documental muestra la verdadera cara del fútbol, el fútbol que en realidad quería haber vivido de niña. A través de sus protagonistas se va construyendo una historia auténtica, sin artificios, sin apariencias, coloca a las personas en el centro, normaliza la vulnerabilidad del ser humano, las emociones, los cuidados. El documental habla de nosotras, de las mujeres, de cómo se diseñan los entrenamientos en función del ciclo menstrual, de la sororidad, de la lucha por la igualdad de derechos, de la diversidad, de la maternidad, de la superación.
Después de ver el documental he llegado a la conclusión de que en realidad nunca quise la foto de Raúl González, sino la camiseta de Kosovare Asllani. Lo mejor de todo es que las niñas de hoy ya no tendrán que soñarlo.
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