Las mujeres de mi barrio nos enseñaron a reconocer nuestras raíces, a no despegarnos de las calles que un día amortiguaron nuestras caídas, a reponernos y a seguir corriendo. Las mujeres de mi barrio nos transmitieron sin querer la importancia de la comunidad, porque jugar en el patio de don Felipe significaba curar heridas y coser amistades para siempre, los recuerdos de hoy pasan por ese cemento desconchado y la prohibición de no jugar al balón, una norma que siempre incumplíamos.
Las mujeres de mi barrio nos cuidaban desde los bancos de hierro o los balcones, supervisando las risas y los juegos, esperando a que los hombres volviesen de la fábrica. Así es cómo aprendí a montar en bicicleta y a levantarme cuando me fracturé la muñeca, justo antes de quitarme los patines de hierro. Todavía no me explico cómo éramos capaces, pero lo fuimos. Aprendimos a tejer fuerte, a valorar esas caídas, a levantarnos tantas veces.
A mis amigos y amigas de la infancia les recuerdo sobre todo por sus madres, las amigas de la mía, confidentes en algunos casos y vecinas en otros, mujeres que se entrelazaban para salvaguardar vidas en construcción. Las madres ayudaban a otras madres, y los hijos y las hijas vivíamos felices encontrándonos en el barrio obrero que iba esculpiendo nuestra infancia.
Mientras nuestros padres hacían turnos en la fábrica, las madres gestionaban las casas fruto de la industrialización, un trabajo silencioso que en ocasiones llevaba a la asfixia, y que solo el oxígeno de otras mujeres conseguía repararlo por un instante. Las mujeres de mi barrio se protegían sin saberlo, se salvaban inconscientemente, aunque de puertas para dentro solo ellas sabían descifrar las señales de aquellos silencios.
Las mujeres de mi barrio nos enseñaron a no rendirnos, a esforzarnos, porque veían en nosotros y en nosotras su vida en otra vida, la que soñaron. Nos educaron para que fuéramos valientes. Ellas lo fueron y mucho. Quienes salimos del barrio nunca tuvimos la sensación de marcharnos definitivamente. Volvemos para encontrarnos con ellas, porque viéndolas reconocemos el barrio. Ha cambiado parte de su estructura: aceras nuevas, bancos nuevos, parque renovado, escuela reinventada, parroquia envejecida, pero las miradas siguen intactas, continúan recibiéndonos orgullosas, como cuando nos recogían en la puerta del colegio y nos besaban con el convencimiento de que estaban haciendo las cosas lo mejor que podían. Y así era.
Las paredes de los bloques de pisos que se concibieron para dar cobijo a la mano de obra de la fábrica hoy cuentan su historia a través de los murales de colores que ha ido pintando el ilustrador Nano Lázaro, otro hijo del barrio. He de decir que durante un tiempo nuestras familias fueron vecinas. Las mujeres del barrio se paran delante de la obra hilvanada y contemplan con admiración su trabajo, su madre entre ellas, agradecidas, empeñadas en cuidarle, como si el esfuerzo de construir un barrio se viera recompensado en todas estas ilustraciones que, en definitiva, lo van definiendo. Cuánto cariño hay en esos trazos.
Las mujeres de mi barrio eran grandes defensoras del comercio local, la vida se contaba en las tiendas, luego vinieron los supermercados, pero todavía quedan algunas de las de antes. Las tiendas eran esos lugares de encuentro y cobijo, donde casi se pasaba lista. Cómo no acordarme de los donuts deliciosos de la panadería Arrabal o de los churros que nos compraban nuestras madres (jamás los he probado mejores) a la salida del centro de salud, cómo no acordarme del estanco, casi un ultramarinos de la logística, del kiosko de las chuches y la prensa, cómo no acordarme de la droguería y de las librerías, verdaderos bazares del conocimiento en un puñado de metros.
Justo enfrente de la churrería, en un bloque antiguo de viviendas, la artista chilena Fiorella Podesta pintó hace un par de años un mural bajo el lema "Soy mis sueños". Una mujer de grandes dimensiones y colores vivos mira fijamente la calle con una fuerza arrolladora. Los mensajes brotan enérgicos. Quizás represente a las mujeres de mi barrio, quizás sea un homenaje sin quererlo, quizás sea su atrapasueños.
Precioso Ana, así era, que recuerdos, el barrio y más concretamente la manzana, era nuestro mundo.
ResponderEliminarMe ha encantado. El barrio era para vosotras, lo que para nosotros era el pueblo.
ResponderEliminarSimplemente precioso, según lo leía han venido a mi mente infinidad de recuerdos de la infancia que me han reconfortado y me han hecho sentir d nuevo como aquella niña a la que su madre le llevaba el pepito todos los recreos. Gracias
ResponderEliminarGracias por vuestros comentarios, me acercan mucho más al barrio. Un abrazo muy fuerte.
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