Gracias a la vida


"Quiero vivir 500 vidas 
Quiero una distinta cada día 
Quiero capturar este momento 
Y convertirlo en un segundo eterno 
Y ahora quiero que mi espíritu inmortal 
Vuelva a la vida cada nuevo día 
Cada nuevo día".
500 Vidas - Amaral

'Gracias a la vida' era la canción favorita de la madre de mi mejor amigo. Lo supe durante el confinamiento, cuando la intimidad se volvió imprescindible. Me lo contó un día, eso, y otras canciones más que hablaban de su vida. Con su madre la vida llegó demasiado tarde, pero mi amigo es su prolongación y por eso esta canción cobra un sentido profundo. Le dejó ese mensaje grabado para que lo compartiera con el mundo, y aquí estamos, hablando de lo maravillosa que era ella, y de lo valiente que es mi amigo. 

'Gracias a la vida' habría que pronunciarlo muchas veces, quizás cada mañana, aunque nos parezca demasiado intenso, pero es que vivir es tan extraordinario que deberíamos ser capaces de valorar cada segundo. Cuando somos conscientes de nuestra debilidad como seres humanos, cuando hemos visto de cerca la decadencia, el miedo o la incertidumbre, cuando el cerebro se coloca en el peor escenario posible, cuando pensamos en lo efímero, en el sueño que fue un día de playa, subir una montaña o tomar un café despacio, cuando perdemos vidas en procesos dolorosos, cuando la salud se convierte en el único deseo, cuando ves en la rutina un regalo, cuando conformarse es pensar en lo necesario, es entonces cuando celebramos la vida.

"Porque en el viaje de la vida solo hay billete de ida, pero no de vuelta. Vivamos, con todo. Y punto", escribía Ana Bernal. Fue después de leer esta reflexión cuando me vino a la cabeza la canción favorita de la madre de mi mejor amigo, y pensé en las mujeres que me acompañan en los viajes bacheados, y también en las canciones que me habían emocionado, como la que me envió mi hermana por mail cantada por ella a capela.

Estos días he recordado todos los mensajes y símbolos que he recibido de ellas. En su afán de acuerparme, de salvarme del peligro o de reconfortarme, de vez en cuando me enviaban toques para advertirme de su presencia. "Estamos aquí, no caminas sola", decían sus gestos. Las mujeres de mi vida me regalaron sorbitos para calmarme, me enviaron sus diosas para protegerme, me entregaron una luz, compartieron conciertos, me dejaron su pecho para llorar, me invitaron a café recién hecho, me aguantaron al teléfono horas, me llenaron de mensajes, dibujos y fotos, me cosieron con abrazos.

He llegado a no comprender cómo se podía seguir viviendo con tanto dolor. Una ex compañera de facultad me dijo hace años que la vida era muy bonita, que siguiera adelante, en el peor bache de mi vida. Ella, que había vivido episodios tan terribles, me estaba dando una lección de vida y eso me desconcertó. Ahora me doy cuenta del valor de sus palabras.

Las mujeres de mi vida no caben en un texto, vienen y van, aparecen de repente y se van, a veces se quedan, y otras llevan desde que tengo uso de razón. Entre unas y otras voy sujetándome en la red que tejen para no dejarme caer. Por eso también doy 'gracias a la vida'.

Ellas saben quienes son.

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