Hermanas

Ojalá todas las mujeres tuviésemos una hermana con la que pudiéramos entendernos con solo mirarnos, una amiga de sangre, una cómplice, una compañera para compartir la vida. A mí me pasa, pero no soy la única. Muchas veces durante las pausas del café hablamos de lo afortunadas que somos teniendo una hermana con la que conectamos. Es una suerte porque no siempre es así. Hay veces que el entendimiento no sucede, los seres humanos somos únicos y no siempre conectamos, pero cuando ocurre, cuando las hermanas encajan se crea un vínculo muy especial.  

En uno de los peores momentos mi hermana me dijo que siempre me estaría esperando en la meta. Hay quien dice que las dificultades por las que atraviesa una familia te unen o te separan. A nosotras, la enfermedad y muerte de nuestro padre nos elevó a un nivel superior. Ese día mi hermana dejó de cantar, sin embargo, tejimos una red fuerte para que no perdiera la esperanza.

El dolor que nos costó soltar durante años ahora es llevadero gracias a nuestra relación de apoyo, empatía y comprensión. Mi hermana y yo compartimos una tierra que nos dejó nuestro padre y allí hemos echado raíces. Quiero pensar que él o su energía las protegen.    

Mis primas son tres hermanas separadas en distancia física, pero unidas en lo emocional. Cada una, desde su país de residencia, hacen por sentirse cerca, por eso pusieron en marcha un proyecto común para que el hilo rojo que comparten en sus muñecas fuera visible para el mundo. Mis primas y nosotras somos las cinco nietas de nuestra abuela paterna. Dicen que nuestra bisabuela fue una mujer de carácter. Ojalá la hubiéramos conocido. Ojalá hubiéramos mirado a estas mujeres, a nuestras abuelas y bisabuelas, desde una óptica feminista. Lo comprenderíamos todo. Es un reproche que me hago con frecuencia. Cuánto tiempo he tardado en darme cuenta.   

De vez en cuando mi hermana y yo sacamos las cajas de fotos y revisamos los recuerdos, esforzándonos en hacer memoria, relamiéndonos con los buenos tiempos, los otros tiempos. Menos mal que existieron, que vivimos una infancia feliz. A veces necesitamos recurrir a ellos para reparar el presente. Juntas nos sentamos a repasar los años como si nos resistiéramos a envejecer. Nos reímos de lo que fuimos y recobramos la compostura pensando en cómo nos ha cambiado la vida. 

La confianza y los momentos de intimidad son también un regalo. Seguro que habéis compartido dormitorio con vuestras hermanas. Toda la infancia y adolescencia estuvimos durmiendo en la misma habitación. La habitación era nuestro refugio, el lugar donde coleccionábamos todo tipo de artilugios que hacíamos nuestros y que en la mudanza nos costó recoger. Fue todo un duelo arrancar los pósters y guardar el tapete de ganchillo de mi madre y que servía de suelo a joyeros, velas, figurillas y muñecos diminutos. Limpiar el polvo de la coqueta era una labor que hacíamos a turnos, quitar y poner objetos en miniatura se convertía en un ritual. Nuestras manías y lo poco que nos iba quedando de la infancia se concentraba en esas piezas que recogían polvo.  

El grito "hermana, yo sí te creo" o "¡tranquila, hermana, aquí está tu manada!" cobra una fuerza superior. Está lleno de intenciones. Destaca del resto de gritos porque va acompañado de toda la sororidad capaz de soportar un grito feminista, de toda la intimidad, complicidad y conexión de una hermana de sangre bien avenida. Hermana en el movimiento feminista es una llamada a la acción solidaria entre mujeres, una alianza convertida en marea violeta y que acompañamos con un abrazo.

"El consuelo es más reconfortante en los brazos de una hermana", decía la escritora Alice Walker, y estaba en lo cierto.

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