Las mujeres que encendieron la Navidad


En las navidades de 2020 comencé a llevar un centro de acebo al cementerio del pueblo. Este año me adelanté un poco, supongo que por el miedo de no llegar a tiempo. Espero que esté fresco para Nochebuena, el día que nació nuestro abuelo. Su muerte nos vació la cabeza de pájaros. La pandemia y sus circunstancias hicieron el resto. Desde las tumbas se ven las montañas. Quise construir un mirador con ramitas de acebo y que se convirtiera en costumbre. Así las flores dejarían de ser recurrentes en los días rojos del calendario.   

Hay un lugar donde se concentra la mayor masa de acebos de Europa. Tenía muchas ganas de visitar a Sagrario, en Torrearévalo (Soria), de la empresa El Acebarillo, dedicada a la protección y explotación sostenible del acebal de Garagüeta, una reserva natural de gran valor ecológico. Cada casa cuenta al menos con un acebo. En esta comarca sobran las luces de Navidad. El encendido más bonito está en las ramas. Me gusta pensar que esta tierra es la capital del acebo. 

Mientras Sagrario preparaba el café charlábamos sobre las familias y el amor que sentía su padre por el acebal. Yo le contaba que como mi abuelo ya no está para abrir su cuarterón y mirar las montañas, cada Navidad le dejaba un pedacito de monte en la tumba para que no las echase tanto de menos, ahora que era raíz, ahora que se había convertido en su manto. Más familias llevan a sus muertos centros de acebo. Eso me dijeron. Me reconfortó saberlo. A veces nos sentimos menos solas compartiendo esos detalles.

A principios de siglo, de un taller de empleo realizado por un grupo de mujeres surgió la idea de aprovechar de forma sostenible el acebal de Garagüeta, un recurso natural que había sido cuidado por sus antepasados y que en ese momento vieron la oportunidad de dar un impulso a la economía local. Nacía en la comarca y terminaba en ella. Conseguían cerrar el círculo. Me lo contaba Sagrario en su cocina, mientras atizaba el fuego, detallando los pasos burocráticos que tuvieron que dar hasta llegar a comercializar las podas de acebo. Podéis escuchar la historia aquí.  

Sagrario reconocía, en un momento de la conversación, que las mujeres del pueblo habían tirado de la economía "siempre en la sombra". Lo que habían vivido nuestras madres y abuelas. Lo que era el pueblo, la dureza del campo y los antojos de la meteorología. "No podía acceder a la Seguridad Social. Era la mujer de. El titular de la explotación era mi marido. Y hasta hace muy poquitos años las mujeres no podíamos acceder a la Seguridad Social si no montabas tu propia explotación y eso me daba mucho coraje", me contaba al preguntarle por el trabajo de las mujeres en el mundo rural. Recuerda que se había podido incorporar al régimen especial agrario cuando se jubiló su marido y pusieron la explotación a su nombre, "hasta entonces nada". 

Sagrario y Gloria, su compañera de trabajo en el diseño de centros de acebo, se remontaban a épocas pasadas para contarme cómo había cambiado la gestión de los bosques. A borbotones salían recuerdos y técnicas de prevención de incendios alrededor de una mesa, entre cafés y rosquillas caseras. Nada era como antes. Y de repente me vino a la mente el relato "Mujeres del fuego".

Los antepasados de Sagrario limpiaban el bosque, lo protegían, eran los guardianes del acebal, sabían cómo gestionarlo para prevenir los incendios. Las mujeres del acebal reflexionan en voz alta y se preguntan por qué no se cuenta con la sabiduría de la gente de los pueblos. Los bosques han sido y son su vida. Pienso en estas mujeres y pongo banda sonora a sus palabras, "La raíz", de Valeria Castro, y me estremezco. Cuánto debe la tierra a estas mujeres. Sin saberlo desarrollan un proyecto ecofeminista que merece ser contado y compartido. Sin saberlo están cuidando la raíz.

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