¡Dejadnos en paz!


«Lo que tenéis que hacer es tener hijos», me soltó un señor en una sobremesa. No lo vi venir, aunque si soy sincera siempre había sobrevolado ese mandato. Estaba al caer y cayó. En el aperitivo de una boda me soltó ese mismo señor que nuestra hija tendría que llamarse Esperanza (por lo que estaba tardando en llegar). A ese comentario no contesté. Al primero sí, hecha un manojo de nervios atiné a responder que eso era cosa nuestra. En la mesa se hizo el silencio. Nadie me apoyó. Me hubiera gustado gritar: ¡Dejadnos en paz!

También es muy recurrente escuchar «¿y no tienes envidia?», mientras señalan con la mirada a una pareja que hace carantoñas a su criatura. A la mujer interpelada le dolió ese comentario, principalmente porque no podía tener hijos. Me lo confesó con la voz entrecortada, cansada de vivir en bucle situaciones similares. Se quejaba de la falta de empatía y de la insistencia de personas entrometidas que siempre ponían el foco en ella. ¡Dejadnos en paz!

Podría contar más episodios machistas, ataques personales, todos untados en razón casposa. Al principio me molestaban, no dejaban de ser dardos hirientes, ahora intento hacer oídos sordos, driblar y pasar el menor tiempo posible con seres prejuiciosos, que ven en los estereotipos un patrón de vida, que no es el nuestro, pero cansa. Aunque lo que más me preocupa es la transversalidad social de este pensamiento y su resistencia. 

Llevar el pelo de una determinada manera, un pantalón rasgado o un tatuaje pueden ser motivo también de crítica. Me ha pasado. En el patriarcado, esa palabra que tanta gracia hace a algunos señores, se juzga en voz alta todo lo que no entra en su estructura, no sea que guardando silencio les vaya a explotar la cabeza. Como aquella vez que el señor de turno vio que estaba leyendo 'Maldito estereotipo' de Yolanda Domínguez y se tomó la molestia de decirme que eso ya no existía. Le contesté que Yolanda Domínguez era experta en la materia y meneó la cabeza desaprobando mi comentario. Me hubiera gustado gritar: ¡Dejadnos en paz! 

Sobre la comida podemos hacer un capítulo aparte. Vetar ciertos alimentos te quita puntos en el club de los fuertes. Si eres vegetariana mal, y si además eres antitaurina arderás en el infierno de los tristes, porque, chicas, no sabemos comer, ni beber, ni reconocer el valor de los hombres que se juegan la vida. La simpleza de sus argumentos nos atraviesa como una flecha incandescente. Te miran con incredulidad y hasta con pena. ¡Lo que te estás perdiendo! dicen sus gestos ¿Cómo es posible que no te guste lo que me gusta a mí, si es la hostia?  

Opinan de todo lo nuestro como tutores cansinos. Su paternalismo es insoportable. No somos úteros con ojos, no somos cosas, no somos de su propiedad, no somos niñas indisciplinadas, no somos tontas. En nuestro cuerpo mandamos nosotras. Que no nos digan lo que tenemos que hacer, ni cómo nos tenemos que vestir, ni qué decisiones tenemos que tomar. No necesitamos sus recetas, ni sus reglas. Que no nos digan lo que tenemos que pensar, ni gritar, ni escribir, ni cantar. ¡Dejadnos en paz! 

Este tipo de comentarios que todas hemos sufrido en algún momento de nuestras vidas no son pullas aisladas de sobremesa, responden a un pensamiento machista que lamentablemente tiene altavoz. Un ejemplo crudo de todo esto lo tenemos en Castilla y León, donde la ultraderecha ha penetrado en las instituciones, permeabilizando todo este discurso misógino y patriarcal. Sus medidas, ya avisamos que este pacto (PP - VOX) iba a traer consecuencias, representan un ataque directo contra los derechos fundamentales de las mujeres, en este caso el derecho al aborto. Mientras se niegan a impartir educación sexual en las escuelas porque consideran que es una perversión, la falta de conocimiento anula cualquier posibilidad de construir una ciudadanía crítica, reflexiva, madura y tolerante. Todo mal. 

Una educación amputada contribuye a crear una sociedad susceptible de tragar sin filtros las patrañas de una ultraderecha peligrosa cuyo único objetivo es instaurar una ideología que atenta contra los derechos de las mujeres, y por supuesto, contra su libertad, la palabra maldita. Las medidas que dice implantar el vicepresidente de la Junta de Castilla y León a las que llama "antiabortistas" son una falacia. No va de natalidad. Va de crueldad. Que no nos vendan esa moto, porque les importa un bledo, solo desean engrasar el sistema productivo capitalista. Y las mujeres somos las máquinas. Su único objetivo es coaccionar y chantajear emocionalmente a las mujeres, haciéndolas sentir culpables. Son armas que apuntan directamente a la libertad. Son medidas de control. Y lo saben. Ya tenemos ejemplos en otros países de cómo se las gasta la extrema derecha. Su agenda política es cercenar derechos.  

Les recordamos que en 2014 el tren de la libertad arrolló al que fue ministro de Justicia Alberto Ruíz Gallardón. ¡Dejadnos en paz!

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