Mujeres anónimas


Cuando conocemos a personas especiales desde que tenemos uso de razón tendemos a protegerlas de manera inconsciente, al menos a mí me pasa. Se crea un aura a su alrededor que lucha contra el supuesto mal exterior y asumimos velar por ellas desinteresadamente, casi por lealtad. A las personas especiales se las admira y en ocasiones también existe una mezcla entre empatía y fidelidad. Creo que las personas especiales irradian todo eso, pero la fuerza que desprenden hacia el exterior, como demostración de lucha, las debilita por dentro. No hay que olvidar que son seres humanos. Creemos que el mejor refugio para ellas es preservar su anonimato, sin embargo, ese no es sitio para valientes. 

Hablaré de Feli, una mujer anónima como tantas otras, como tantas mujeres rebeladas, mujeres que no salen en el instagram, ni en las noticias, ni en ninguna parte. Su lucha es silenciosa, pero inmensa, y por justicia tendría que gritarse, porque su causa es la defensa de los derechos humanos y eso es incomparable. Cuando pienso en mujeres rebeladas me viene a la cabeza de manera recurrente la imagen de esta mujer, y también la de su familia. Y no solo a mí, también a otras mujeres de mi entorno. "Feli es una mujer rebelada", me dicen. Y tienen razón. 

Una de las primeras personas que conoció mi madre cuando se instalaron en el barrio fue a Feli. Su familia y la nuestra compartíamos calle y vidas. Lo de hacer piña en el barrio obrero nunca fue una ocurrencia nostálgica, quizás tenía que ver más con una estrategia: la de resistir. Y el barrio era la red invisible, pero sólida, que nos mantenía a salvo. 

La vida de Feli y la de su familia no ha sido fácil, siempre ha estado marcada hasta el tuétano por la resiliencia. Feli narró en una carta al director de El País, en 1992, su experiencia vital, una lucha para que su hijo Sergio, con Síndrome de Down, el pequeño de cuatro hermanos y hermanas, tuviera las mismas oportunidades que cualquier niño de su edad, hoy un hombre de 40 años, quinto de mi hermana. Feli se empeñó en quitar todas las etiquetas, aunque arrancarlas se convirtiera en un auténtico desafío. Hizo públicas sus reivindicaciones, ligadas a la inclusión de su hijo y a la de otros hijos e hijas de otras madres, aunque a veces lo mismo se viera de diferente manera. Todavía me acuerdo de la concentración, con llamada a medios, en las puertas del instituto con una pancarta que rezaba: "Sergio quiere repetir". 

A lo largo de todos estos años, más o menos presentes, nos fuimos uniendo a sus luchas solidarias, porque sus luchas las hacíamos nuestras, porque "es de mi barrio y el barrio es mi familia". La lucha de Feli, la de su familia, la de Sergio sirvió de aprendizaje. Los conceptos inclusión, solidaridad, empatía, igualdad de oportunidades, derechos fundamentales comenzaron a formar parte de un vocabulario común. En la década de los noventa no sabíamos que lo personal era político, ahora lo ponemos contexto.

Sergio reveló a las personas de su entorno las costuras del sistema para iniciar una subida a su Everest particular. En esa carrera de fondo Feli siempre tuvo presente la defensa del Estado de Bienestar, a pesar del mal de altura. Con los pies en la tierra, enfrentándose al desnivel de la vida, ha demostrado que su único credo es la reivindicación de los derechos fundamentales, porque cuando reflexiona sobre lo divino siempre dice que "dios debe de tener tapones en los oídos". Cuántas mujeres anónimas pensarán lo mismo. 

Feli y sus hijas, en las que pienso tantas veces, son hebras que saben cómo tejerse. No necesitan patrones. Las veo y vuelvo a la calle que nos vio jugar, veo la infancia, los cumpleaños en su casa, que eran pura magia, llena de niños y niñas, de normalidad, de fiesta. Cuesta hablar de ellas porque son tan especiales que duelen las sombras, hasta las inventadas. El cuidado preventivo salta de manera innata. No se puede evitar. Cualquier comentario, cualquier mirada indiscreta, cualquier juicio de valor hacia ellas me revuelve. 

Lejos de romantizar la dureza de este camino he de reconocer la valentía de estas mujeres, también vulnerables e imperfectas, y con una coraza en forma de humor que mucha gente confunde con la alegría. A veces la risa, la ironía o las anécdotas divertidas son solo un mecanismo de defensa para seguir. Así que no juzguen, no aventuren, no aconsejen.  

Las mujeres anónimas, como Feli, como sus hijas, son las que la mayoría de las veces tiran de situaciones durísimas. Esto me recuerda a la película En los márgenes, de Juan Diego Botto, y en la reflexión que escribí sobre esta historia atravesada por la fuerza invisible de las mujeres. Ellas cuidaban, ellas estaban, ellas reivindicaban. Ellas, Feli, las mujeres anónimas, son las que nos enseñan desde sus márgenes lo importante.  

(*) Ilustración de El Hulahoop.

Comentarios