Cuántas conversaciones se fabrican en serie para cumplir en la mesa de un domingo cualquiera. Cuánto vacío, a pesar de las palabras, se desperdicia en familia, y qué pecado es reconocerlo abiertamente. Cuántas comidas en domingo se convierten en una obligación sagrada para intentar dar sentido a una institución casi mística, con ínfulas de grandeza. Las comidas de los domingos en familia, pensadlo, pueden ser en algunos casos un mero trámite, una ley consuetudinaria que a veces causa más tensión y silencios incómodos que paz. Son encuentros forzosos para fingir una escucha activa, como si apretando el botón automático del "domingo en familia" se consiguiera un pase para alcanzar la funcionalidad.
La familia, esa estructura tan compleja, tan tabú, pero que nadie como la directora Alauda Ruiz de Azúa ha sabido retratar. Ya desmitificó la maternidad en 'Cinco Lobitos' y se atrevió a abordar el consentimiento dentro del matrimonio en 'Querer', pero en su última película 'Los domingos' el retrato de la familia es tan profundo que llega a rasgarnos con todas sus aristas. Se formulan tantas preguntas que todas las distancias son válidas, será porque nos atraviesa la misma vulnerabilidad.
'Los domingos' es una película con un relato valiente, honesto y bien construido, con magníficas interpretaciones. Ruiz de Azúa es una de mis cineastas favoritas precisamente porque se adentra en temas espinosos que son parte de nuestra vida, tan comunes que atemorizan, y que muestra sin prejuicios. Se aleja de la comodidad para regalarnos historias de carne y hueso. De 'Los domingos' os diré que las ramas maravillosas no os impidan ver el bosque.
La mesa de los domingos está compuesta por un padre, sus hijas, la abuela de las niñas, y la tía con su hijo y su pareja. Esa mesa nos recuerda a nuestras mesas, a las del resto de familias, donde un hombre normalmente la preside, marcando el ritmo de las conversaciones, haciendo charcarrillos que no hacen gracia, favoreciendo situaciones tensas, con comentarios fuera de lugar, algún reproche o intromisiones que se convierten en faltas de respeto. El padre es un señor sabelotodo con tufo machista que en realidad no sabe de lo más importante: su familia.
Las costuras de la familia de Ainara, la protagonista, saltan cuando la joven revela una decisión que determinará su futuro y que lleva tiempo madurando ajena al entorno familiar. Ainara podría ser la joven de cualquier familia que conocemos, incluso de la nuestra propia. Hagamos introspección. El hecho de que Ainara valore la posibilidad de ingresar en un convento es una deriva de su contexto socio-cultural. Sin embargo, otro tipo de educación y familia podría haber propiciado otra realidad, como por ejemplo la participación en grupos abertzales o la caída en adicciones, quién sabe, porque la clave está en esa mesa familiar, en lo que representa, en el espejismo que lo cubre todo para no ver nada.
Llegados a este punto me parece interesante analizar cómo el mundo adulto interactúa con personas jóvenes y adolescentes, y lo importante que es estar presentes, porque si los adultos de referencia no se comunican con ellas, no acompañan, no se implican, otros lo harán. Mostrar sorpresa después de esta omisión sería puro cinismo.
El padre ausente y narcisista deja los cuidados de la familia en manos de la primogénita, pendiente de sus hermanas y asumiendo responsabilidades que no la corresponden. Ainara encuentra en la iglesia personas que la escuchan, que la ofrecen soporte emocional, respuestas que ella demanda como adolescente. En esa etapa de cambios, de emociones, de estímulos y experiencias, donde lo nuevo irrumpe con energía y dudas, intervienen un grupo de monjas y un sacerdote, su guía espiritual, que, como bien dice, "yo me limito a escucharla". Las monjas de la escuela, del convento y el sacerdote sustituyen al padre, y se encargan de construir una escala de valores, límites y creencias en torno a Ainara que convierten en vínculo. El padre es quien derrota a la familia.
¿Y qué pasa con el resto de miembros de la familia? Pues que no son convivientes, ni pueden interceder, ni son influyentes, porque en realidad es el padre la persona determinante en la educación de las menores. Me refiero a la abuela o a la tía, el contrapunto, otra persona de referencia que, aunque muestra preocupación e interés por Ainara, pilota en el extrarradio familiar. Quizás porque ella también tiene que atender sus propios demonios.
Creo que para empezar a sanar deberíamos aceptar que la familia no es un organismo sagrado al que se le justifica absolutamente todo. Otro hilo sería analizar la realidad familiar desde una perspectiva antropológica. Ahí lo dejo. En esta película se muestran esas grietas reales que humanizan a la familia hasta el extremo.

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