Los datos que se desprenden del informe de Save The Children: (Des)información sexual: pornografía y adolescencia son demoledores. Más de la mitad de los adolescentes reconoce que accede a la pornografía entre los seis y los 12 años.
El estudio revela que el 54,1% de los adolescentes, en su mayoría los chicos, cree que la pornografía da ideas para sus propias experiencias sexuales y al 54,9% le gustaría poner en práctica lo que ha visto. El 47,4% de los adolescentes que ha visto contenido pornográfico ha llevado alguna escena a la práctica.
En relación a este último punto, Save the Children considera especialmente preocupante que, cuando intentan imitar lo que ven, no siempre solicitan consentimiento previo a su pareja. El 12,2% de los chicos lo ha hecho sin el consentimiento explícito de la pareja y sin que a esta le haya parecido bien, frente al 6,3% de las chicas.
Menores de edad están accediendo a contenidos pornográficos fácilmente, exponiéndose a
prácticas que no tienen nada que ver con la ciencia ficción, porque las mujeres realmente son humilladas, torturadas, violadas y vejadas.
Lo grave es que la pornografía ha marcado un modelo de sexualidad machista, hegemónica y normativa, convirtiéndose en la educación sexual de los y las jóvenes. Se ha establecido una relación entre pornografía y sexo a través de la pornificación de la cultura.
La pornografía desarrolla mecanismos que alimentan la reproducción de la violencia sexual y la erotiza. El vídeo más visto en una de las páginas de pornografía más visitadas tenía, a fecha de 3 de mayo de 2019, 225.784.374 visualizaciones: “en el vídeo se producía una violación colectiva de cuatro hombres a una mujer, en la que ella llora, grita, intenta escapar; en que ellos ríen, la golpean, la sujetan y la penetran vaginal, anal y bucalmente. El siguiente vídeo más visto tenía menos de la mitad de visualizaciones: el consumo de esta pornografía no es marginal”, según señalan las profesoras Rosa Cobo y Beatriz Ranea, en Breve diccionario de feminismo.
La sexóloga Adriana Royo comparte en su libro Falos y Falacias un análisis con cifras impactantes: “37, el porcentaje de material pornográfico que hay en Internet. 25.000.000, el número de páginas porno que existen. 800.000, el número de usuarios de pornografía españoles. 81.000.000, el número de visitas diarias que recibe PornHub. 3000, los euros por segundo que genera el porno. 13, el puesto en el que está España entre los países que más pornografía consume. 7, los minutos que de media dura una visita. La palabra más buscada en Google es “porno”.
Las últimas investigaciones de Rosa Cobo Bedia versan sobre la pornografía. No hace mucho, en una charla confesaba que tras revisar pornografía para su último libro, Pornografía: el placer del poder, jamás iba a visionar más pornografía, porque le había afectado emocionalmente. Nos habló de prácticas sexuales relacionadas con el incesto, la pederastia y la violación como una práctica más, y en grupo. De todo esto también habla la filósofa Ana de Miguel en el libro Neoliberalismo sexual. El mito de la libre elección. Si miramos para otro lado, si no contemplamos la educación sexual en los planes de estudio nos encontraremos otras vías que la suplantarán, como la pornografía, fácilmente accesible en Internet.
Etimológicamente, según Wikipedia, el término «pornografía» procede de las palabras griegas πόρνη (pórnē, 'prostituta') y γράφειν (gráphein, 'grabar, escribir, ilustrar') y el sufijo -ία (-ía, 'estado de, propiedad de, lugar de'), teniendo por lo tanto el significado de «descripción o ilustración de las prostitutas o de la prostitución».
Hace algunos meses, charlando con responsables de Betania (programa de apoyo para mujeres en contextos de exclusión, prostitución y víctimas de trata con fines de explotación), nos mostraban una realidad que no tenía nada que ver con la película Pretty Woman. Nos hablaron de explotación, de trata, de violencia, de deshumanización, pero también nos hablaron de ellos, de los hombres que prostituyen, de cómo utilizan a las mujeres para dar rienda suelta a su dominación: pagan, luego exigen, humillan y violan, y de cómo se ha convertido en un plan de ocio. Según la Guía joven contra la trata de mujeres y el consumo de prostitución, ¡Yo digo no!, elaborada por la Asociación de Derechos Humanos de Extremadura (IMEX), "el 24,1% de los hombres prostituyentes consume mujeres como diversión, como una forma más de ocio".
Este tipo de "ocio" va muy ligado a la
pornografía, es el cebo para enganchar a los jóvenes al siguiente nivel, la
prostitución. Cobo Bedia explicaba en una entrevista para
eldiario.es que “la pornografía es la pedagogía de la prostitución, porque la pornografía no sólo es una parte indispensable de la industria del sexo, sino que, además, los varones que ven pornografía quieren llevar luego esas prácticas sexuales con las mujeres prostituidas”.
Tanto en la pornografía como en la prostitución se dan relaciones violentas, agresivas, de sumisión para ellas, de control y dominación para ellos, no son relaciones sexuales basadas en la igualdad y el disfrute mutuo, se trata de violencia sexual, donde la mujer es un producto de consumo.
El 18 de noviembre de 2018, en el programa de Jordi Évole, en La Sexta, abordaron el tema de la educación sexual bajo el título “Salvados: la mala educación”. En relación a la pornografía, una chica explicaba que “en nuestro día a día se ve la influencia de este porno machista, yo me he encontrado con gente que te coge del cuello y que parece que te a va matar ahí o te empieza a pegar azotes […] Que le gusta verte sufrir. La mayoría. Es como que te tiene que gustar”.
Esta joven hace referencia a un tipo de pornografía, la machista, dejando entrever la posibilidad de otra forma de hacer porno, desde otra perspectiva, donde las mujeres se sientan identificadas, donde, como dice la directora de cine porno, Erika Lust, “que el sexo explícito no tenga connotaciones machistas”.
En este sentido, Lust ofrece otro modelo de pornografía, donde la mujer no se muestre como un objeto para satisfacer sexualmente a un hombre. Abre un melón interesante, quizás una oportunidad de romper con un tabú, de deconstruirla, de despatriarcalizarla, de ir contra el porno mainstream que hace “una representación absurda de la mujer”.
Entonces, ¿se puede eliminar la mirada androcéntrica de la pornografía? Autoras como Raquel Osborne y Dolores Juliano creen en la consolidación del porno-feminismo, ahondando en sus orígenes, en la posición pro-sex. Sin embargo, esta idea parece quedarse en un ideal cuando intenta encajar en un sistema capitalista neoliberal.
En palabras de Ana de Miguel, “lo que está hoy en juego en el terreno de la sexualidad no es, ni mucho menos, el supuesto antagonismo prosexo/antisexo, ver el sexo como algo positivo o negativo. La cuestión que está en juego es el enfrentamiento entre una concepción neoliberal de la sexualidad, en que todo vale si hay dinero y “consentimiento” por medio, y una concepción radical y estructural de la sexualidad”.
Decían las activistas feministas Zúa Méndez y Teresa Lozano, de Towanda Rebels, en una entrevista para The Objective, que "el porno es prostitución filmada", “una industria que le enseña a los niños, porque hemos delegado completamente la educación sexual en el porno” y se preguntan “¿cuánto porno feminista ven los niños de ocho años?”
La pornografía mainstream deja poco margen a la pornografía feminista, ya que las grandes productoras no están en manos de mujeres feministas con una idea de porno diferente al imperante, donde las mujeres dejan de ser objetos y donde el placer de las mujeres esté presente.
A este imperio, con un aparato de marketing muy potente, lo que le interesa es seguir controlando la sexualidad de las mujeres, nuestros cuerpos, y aquí Internet desempeña un papel muy importante. Como afirma la filósofa Alicia Puleo, “las nuevas tecnologías permiten profundizar la colonización de los cuerpos en la búsqueda insaciable del beneficio económico”.
En cuanto a la posibilidad de otro tipo de porno, la artista visual, fotógrafa y activista, Yolanda Domínguez argumenta que la industria es difícil de cambiar “porque su éxito reside en darnos más de lo que ya conocemos para evitar el riesgo de perder adeptos”, y reconoce que “es positivo que existan algunos esfuerzos por cambiarla, aunque de momento ese material es escaso, desconocido y difícil de encontrar”, ya que “para acceder a ese tipo de pornografía se tienen que dar previamente unas reflexiones, hacer una búsqueda específica y pagar por ello. Hay millones de adolescentes en todo el mundo que se educan con la pornografía gratuita de Internet y que no tienen acceso ni a estas reflexiones ni a ese material”.
Esta investigación pone de relieve que el consumo de pornografía aumenta las conductas de riesgo, por ejemplo, el sexo sin preservativo. El profesor Octavio Salazar explica en #Wetoo, brújula para jóvenes feministas que hay vídeos donde aparece un grupo de chicos bajo la denominación de gangbangs, practicando sexo en grupo, donde lo normal es que todos los hombres que participan penetren a la mujer por cualquiera de sus agujeros sin usar preservativo, ya que forma parte de la cultura del porno.
La pornografía mainstream replica exponencialmente los estereotipos de género, pero no es un hecho aislado, el sistema capitalista neoliberal ha tejido una red muy fuerte para que ningún fleco quede suelto. Es decir, no solo estamos hablando de porno, también hablamos de hipersexualización y cosificación de la mujer en la publicidad, en las series de televisión, en los videojuegos, en los videoclips, en los programas de televisión, como Mujeres y hombres y viceversa y en toda una lista interminable de realities. Sin ir más lejos, en la serie La que se avecina se producen relaciones sin consentimiento, se presentan a las mujeres como objetos sexuales, incluso se ha puesto de moda el “vividor follador”, el “empotrador” o se frivoliza sobre la burundanga. ¿A que os suena?
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