'Las Niñas' somos las mujeres de hoy

¿Cuántas mujeres nos hemos visto reflejadas en la película 'Las Niñas', de Pilar Palomero? ¿Cuántas mujeres hemos asentido en cada escena? ¿Acaso no éramos nosotras? 'Las Niñas' somos las mujeres de hoy, las que deseamos abrazar a la niña que fuimos, la niña de las dudas, de las inseguridades, de los complejos, de la incomprensión, de la culpa, de las contradicciones, de los prejuicios, de los silencios, como los de la película, silencios que se hacen eternos, porque muchas veces vivíamos así, bajo un silencio que se podía cortar a cuchillo.

Nadie nos daba respuestas, solo las revistas o los programas codificados de media noche. Todo era pecado, hasta nuestros cuerpos lo eran, hasta nuestro espíritu, hasta nuestras decisiones, que nunca fueron, porque nadie nos preguntaba cómo nos sentíamos. Tampoco podíamos decidir, ni pensar demasiado, ni querernos.

Aisladas, casi siempre protegidas por nuestros secretos y deseos, y con la complicidad de la mejor amiga, porque las pandillas de chicas no eran lo habitual, pasábamos la adolescencia, expuestas a un auténtico campo de minas y con unas mochilas pesadísimas.  

A lo largo de la película hubiéramos abrazado fuerte a 'Las Niñas', que éramos nosotras, y las hubiéramos hablado de feminismo, de empoderamiento, de sororidad, de placer, de independencia, de libertad, de amor propio. La palabra sexualidad provocaba risas, y el escándalo tenía que ver con un tabú alimentado por la religión y los valores conservadores de una sociedad que despertaba, pero no tanto, que avanzaba, pero ¿hacia dónde? 

La religión ocupaba un lugar muy importante en la construcción social de la sexualidad y del género, con el fin de favorecer la cohesión social y el status quo. Así lo explica Jordi Roca en De la pureza a la maternidad, al referirse a la construcción del género en torno al sexo como un designio de la naturaleza, lo que legitimaría toda la construcción social. “La religión proporciona una teoría sobre la sexualidad y la reproducción humana en base a la cual se fundamenta la definición y la regulación de los comportamiento masculinos y femeninos”, explica el autor, refiriéndose a la sexualidad como relevante en la regulación del comportamiento, por eso ese afán de control sobre la misma, con el fin de consolidar unas creencias “por mandato divino”.

El cuerpo de la mujer se ha presentado como símbolo de impureza, de suciedad, de peligro, de ahí, por ejemplo, los infinitos mitos alrededor de la menstruación, una serie de creencias que han ido calando en el ideario social, convertidos en los estereotipos de género del sistema patriarcal: cualidades que identifican al hombre como sujeto activo y a la mujer como sujeto pasivo.

El patriarcado desarrolla una serie de estrategias que favorecen el control a costa de debilitar la autoestima de las mujeres (el sentimiento de culpa es uno de ellos, derivado del miedo a no cumplir con los preceptos sociales predefinidos) con el fin de mantener el sistema establecido. Por tanto, es importante diferenciar entre sexo y género. Cuando hablamos de sexo nos estamos refiriendo a la biología (a las diferencias físicas entre los cuerpos de hombres y mujeres) y al hablar de género, de las normas y conductas asignadas a hombres y mujeres en función de su sexo.

Como explica la experta en feminismo, Nuria Varela, “los géneros están jerarquizados. El masculino es el dominante y el femenino el subordinado. Es el masculino el que debe diferenciarse del femenino para que se mantenga la relación de poder. Por eso a los muchachos, históricamente, se les ha pedido pruebas de virilidad. Y los peores insultos que pueden recibir los varones son todos los que sugieren en ellos “feminidad”: nenaza, gallina...”.

El fin de la sexualidad, en la postguerra y durante la dictadura franquista, era reproductivo y coitocentrista, materializado en el matrimonio como instrumento para desempeñar el “deber de la maternidad” como fin último. Como señala Jordi Roca, “todo ello conducirá a una desmesurada exaltación y valorización de la maternidad, que se sublimará de tal manera que acabará constituyendo el auténtico epicentro y el indicador más fehaciente de triunfo en la vida de la mujer”. Sin olvidar que leyes y moral iban a la par, lo que la filósofa Alicia Puleo denomina “patriarcado de coerción”.

Pero, ¿Qué ha cambiado realmente? Todavía perduran esas consignas. Pensamos que están enterrados, pero realmente ¿lo están? Esos fantasmas continúan acechando porque están siendo utilizados por partidos de ultraderecha que intentan imponer su ideología, basada en los valores de la iglesia católica. El poder de influencia de la iglesia en cuestiones educativas en la actualidad es una realidad. En este sentido, es muy ilustrativo el artículo de Diario16 de José Antonio Gómez: “La Iglesia Católica sigue controlando la educación en España”. 

Atrás quedaron 40 años de dictadura cuyo brazo ideológico fue precisamente la iglesia católica. Gómez explica que el artículo 16 de la Constitución determina que España es un estado aconfesional, sin embargo, la iglesia Católica destaca del resto, concediéndole una prerrogativa. La firma del nuevo Concordato entre España y el Vaticano, dibujaba apenas un mes después de que la Carta Magna reconociera al país como aconfesional, en palabras de su autor, una especie de “confesionalidad encubierta”.

El Concordato otorga a la iglesia privilegios en el ámbito educativo. De esta manera, según el Concordato, “toda la educación impartida en los centros públicos debe ser respetuosa con los valores cristianos”. Así, la asignatura de religión católica es equiparable a otras disciplinas. La LOMCE, aprobada por el partido popular, reforzó la asignatura de religión al hacerla computable para la nota media. 

Así que es muy difícil arrancar el poder de una institución que durante años ha controlado la educación. En el artículo de Jesús Bastante, de eldiario.es, “Religión en las aulas, exenciones fiscales y financiación pública: los privilegios de la Iglesia que blindó la Constitución del 78” se hace hincapié en este aspecto, en el poder que todavía tiene la iglesia, atado y bien atado desde tiempos preconstitucionales. Con la Constitución “se desgrana una batería de regalos, en forma de privilegios fiscales, educativos y patrimoniales de los que disfruta la Iglesia católica en España, en virtud del texto constitucional y del Concordato que, aunque firmado posteriormente (el 3 de enero de 1979), fue negociado con anterioridad entre los obispos y las autoridades del posfranquismo. Algunos, incluso, los tildan de preconstitucionales”.

Por eso no es de extrañar la resistencia que el bloque ultraconservador y católico muestra ante la implementación de programas de educación sexual para impedir que se imparta en los centros escolares. 

El patriarcado necesita controlar nuestra sexualidad para mantener su poder. Como apunta la filósofa Ana de Miguel, la sexualidad ha estado ligada a la reproducción y a la heterosexualidad, reproduciendo la desigualdad entre hombres y mujeres. Cuando la mujer se reivindica como sujeto activo sexual se la reprueba, porque es un lugar que siempre ha ocupado el hombre, vinculado al poder. 

“Durante siglos, la internalización de los códigos morales y de la culpa ejerció la función de control sobre el cuerpo de las mujeres”, explica Alicia Puleo. Hay que subrayar que el control de la sexualidad de las mujeres en las sociedades tradicionales llega incluso, en palabras de Puleo, “a servirse de amputaciones sexuales rituales”, como la ablación del clítoris.

Para ‘la revolución sexual patriarcal’ Internet se ha convertido en el mejor aliado. Un espacio abierto, sin límites. El capitalismo bebe del patriarcado, le necesita para seguir en activo. Lo de la libre elección, como dice Ana de Miguel, es un mito.

¿De dónde venimos? La educación sexual antes de Internet. 

Allá por el año 2000 la educadora sexual Lorena Berdún presentaba un programa de éxito en los 40 Principales bajo el título "En tu casa o en la mía". En este espacio radiofónico contestaba dudas de jóvenes relacionadas con la sexualidad. Luego llegó el libro, y yo me lo compré. Devoré ese libro, nadie antes me había contado, así de una tacada, tantas cosas relacionadas con la sexualidad. Ahora lo veo con otra perspectiva, pero en nuestra juventud nos parecía revolucionario.

Estas eran las únicas fuentes que nos llegaban relacionadas con la sexualidad. Berdún abordaba en su libro temas que iban más allá de conceptos puramente biológicos. Hablaba de comunicación, de placer, de diversidad sexual, de deseo, del aborto, de agresiones sexuales, de la sexualidad en personas mayores. En fin, distaba mucho de la información que recibíamos en el centro educativo, dedicada en exclusiva a la reproducción sexual.

Por aquel entonces, además de las lecturas de Lorena Berdún y del programa televisivo Hablemos de sexo, presentado por la profesora Elena Ochoa, nuestras referencias en materia de sexualidad se limitaban a las estereotipadas y edulcorantes series americanas, como la archiconocida Sensación de Vivir, donde Andrea Zuckerman (la primera en la pandilla que había mantenido relaciones sexuales) tranquilizaba a Donna Martin (la más joven), preocupada por lo que iba a sentir la primera vez, comparando la experiencia con la bajada en una montaña rusa.

Nos encantaba identificarnos con esas chicas y forrar las carpetas clasificadoras con los posters de los chicos que venían en la Súper Pop, otro icono de la época, aleccionador y un auténtico best seller de la bibliografía patriarcal. 

No teníamos Internet, ni acceso a talleres o charlas relacionadas con la sexualidad. Nadie nos había hablado de relaciones en igualdad, ni de los sentimientos, ni del placer (con otra persona o con una misma), ni de los afectos, ni de cómo relacionarnos. Algunos de los mensajes que construían nuestra cultura, muy ligados a la religión católica, tenían que ver con el pecado, la importancia de la virginidad, la pureza, el inexistente placer femenino, el sexo como fin reproductivo, el honor como símbolo de respeto y la reprobación social y familiar del embarazo fuera del matrimonio. 

Aún recuerdo la famosa frase de la campaña de planificación familiar "póntelo, pónselo". Es como si el tiempo se hubiera detenido en ese mantra. Y mira que hemos cambiado de siglo.


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