Acoso callejero, sí es para tanto

El miedo a que nos violen traspasa todos los miedos, es el gran miedo. Las mujeres nacemos con ese miedo, heredado de nuestras abuelas y madres, el miedo que se anticipa al de la muerte. Por eso nos matan si nos resistimos, y si no nos resistimos no nos creen. Entonces, el miedo a estar vivas nos atraviesa.

¿Qué mujer no se ha sentido identificada con la actriz que encarna el personaje de Aimee en la serie Sex Education? (podéis ver la secuencia completa en este enlace):

- ¿Por qué lloras?
- Porque no puedo subir al autobús.
- Aimee, ¿estás bien?
- ¿No puedes subir al autobús porque crees que estará ese hombre?
- Es que tenía un rostro muy amable. Lo recuerdo porque me sonrió, y no parecía un asesino psicópata masturbador. Entonces, si él pudo hacer algo así, cualquiera podría. Siempre me sentí segura antes, pero ahora no. Quizás suena estúpido.
- No suena estúpido.

¿Cuántas veces nos hemos sentido como Aimee? Porque un día un hombre nos incomodó en el transporte público, o nos rozó intencionadamente, o se restregó, o nos tocó, o nos miró fijamente de manera intimidatoria, o se masturbó, o se dirigió a nosotras sin ningún otro propósito que el de molestar. En resumen, porque un día nos sentimos acosadas.

"En las ciudades de todo el mundo, las niñas y las jóvenes sufren a diario acoso callejero, una forma de violencia que se ha normalizado y que las impide disfrutar del Espacio Público, y solo el 10% de las chicas presentan denuncia". Esta afirmación se desprende del informe “(In)Seguras en las calles” de la ONG Plan Internacional, elaborado en 2018, que analizaba la seguridad de las niñas y adolescentes en varias ciudades del mundo, entre ellas Madrid. 

El acoso es invisible, silencioso, humillante, permeable y destructor, es una flecha directa a la dignidad de la víctima, con un veneno letal: el sentimiento de culpa. Nos callamos porque el acoso está instalado en nuestras vidas como una segunda piel, un calvario al que muchas veces nos hemos acostumbrado, como si no quedara más remedio, una resignación tiznada de miedo y vulnerabilidad. Sin embargo, aunque pensemos que estamos nadando en solitario, a la deriva, aisladas, ahogadas en la culpa y el miedo, en realidad toda la sociedad con su silencio es cómplice de que esto siga ocurriendo, porque el acoso no se visibiliza como un problema global, como un tipo de violencia machista. 

"No podemos ser espectadores, sino defensores", decía la escritora y divulgadora Elsa Punset en el programa "Mi yo adolescente", dedicado al acoso, donde se reunía con un grupo de chicos y chicas para analizar su origen, reflexionar sobre ello y buscar soluciones. Entre las conclusiones pusieron el foco en la educación como herramienta fundamental para erradicar este tipo de violencia machista. Los hombres deben reprobar y denunciar el acoso sexual, empatizar con las mujeres, convertirse en aliados. Las mujeres no somos cuerpos para hacer y deshacer al antojo de los hombres. Necesitamos que abandonen los estereotipos de género que no les permiten conectar con las emociones, es imprescindible que desarrollen nuevas formas de ser hombre. ¿Por qué les tenemos miedo? ¿Se lo han preguntado alguna vez? ¿Por qué respiramos aliviadas cuando descubrimos que es una mujer la que sigue nuestros pasos?

Las mujeres nos autocensuramos, vemos coartada nuestra libertad por miedo al acoso, revisamos nuestra forma de vestir, el maquillaje, nuestras palabras, hasta los gestos. Nos persiguen los mitos, como el "te lo has buscado", "es que vas provocando" o "es que ibas borracha". A las mujeres nos educan para autodefendernos, guardar silencio y protegernos, no para vivir libres y sin miedo. Toda la responsabilidad recae en nosotras: no vayas por sitios oscuros, no te maquilles demasiado, controla con el alcohol, ojo con el vaso, no vistas así, no vuelvas sola a casa. Todos los mensajes se centran en nosotras, las víctimas, aunque el verdadero causante del acoso sexual sea el hombre. 

A raíz de la idea de Sophie Sandberg, una joven universitaria de 22 años residente en Nueva York, que empezó a apuntar en su cuenta de Instagram @catcallsofnyc situaciones de acoso que habían sufrido ella y otras chicas que contactaron a través de esta red social, la ONG Plan Internacional puso en marcha en abril de 2018 la iniciativa Free to Be, una web donde niñas y mujeres jóvenes de Madrid, Kampala, Sidney, Lima y Nueva Delhi fueron señalando durante dos meses localizaciones más o menos seguras en sus ciudades, explicando de forma anónima el porqué. 

Este proyecto ha evidenciado el problema del acoso callejero como algo estructural y global, conectando situaciones violentas que sufrimos las mujeres por el hecho de serlo. Free to Be forma parte del programa Safer City cuyo objetivo es "recopilar datos sobre las experiencias de acoso callejero de mujeres jóvenes, con el fin de cuantificar y tener datos fiables sobre este tipo de violencia de género y construir ciudades seguras, responsables e inclusivas partiendo de las experiencias y propuestas de las participantes". Porque las calles también son nuestras, ¿verdad? 

El acoso callejero sí es para tanto, así lo vio la amiga de Aimee cuando la animó a denunciar, aunque la propia Aimee siguiera quitando importancia al hecho. Pero lo cierto es que Aimee dejó de subir al autobús y decidió caminar varios kilómetros porque tenía miedo de volver a encontrarse con el agresor. 

Sí es para tanto. Nos coartan la libertad, nos inoculan el miedo, nos transforman por dentro y por fuera, alteramos nuestra rutina, nuestra vida. Sí es para tanto. Sin embargo, Aimee no es la única, otras compañeras comparten experiencias similares y se dan cuentan de que no están solas, de que Aimee no está sola, de que en realidad todas somos Aimee.

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